viernes, 29 de junio de 2007

Capitulo 22: La noche que me dió el tío del ascensor

Rebuscó en el bolso una y otra y otra vez, pero no lo encontró. Con las prisas por salir huyendo de Gonzalo, olvidó desconectar su móvil del cargador. Allí estaría, encima de su mesa, feliz por no estar al lado del ser más traicionero, ruin y mentiroso de toda la faz terrestre. Entonces, le lanzó una mirada que significaba exactamente eso.
-Tengo que decirte que tus miraditas me acojonan, Bea y no sabes de qué forma. Eso es algo que pocas mujeres han conseguido, por no decir ninguna.
-No pretendo batir un récord. ¡Y no me llames Bea! -dijo, intentando mantener la calma.
-¿Te has cambiado de nombre últimamente?-bromeó él.
-A ver si puedes ser útil por una vez, Gonzalo. Llama al 112 para que nos saquen de aquí.
-No traigo móvil -mintió, sabiendo que lo tenía en el bolsillo derecho de su chaqueta, sobre la que estratégicamente se hallaba sentado.
-¿Qué?
-Que no lo traigo. Lo olvidé en el restaurante donde estuve comiendo.
-¿Bromeas?
-Te aseguro que nada me gustaría más -volvió a mentir.- Tenemos una larga noche por delante, mi querida Beatriz.

Permanecieron en silencio durante largo rato. Bea comenzaba a desesperarse. Decididamente esa era la peor manera de pasar una noche, pensó. Con la sabandija asquera y rastrera de Gonzalo De Soto, secuaz del aún más repugnante, mentiroso y despreciable de los hombres... Que resultaba ser el hombre al que aún amaba: Álvaro Aguilar.

Se maldijo a sí misma por su tozudez. ¿Por qué no podía dejar de quererlo? ¿Por qué?
Gonzalo la observaba sin decir una palabra. Sabía lo que estaba pensando y tenía que hablar con ella. Beatriz no se lo iba a poner fácil.
Estaba enfadada, muy enfadada con él. Y su discurso, el que tenía preparado, no iba a funcionar. Decirle que Álvaro la amaba, que sabía que su amigo estaba enamorado de ella como de ninguna otra mujer en mucho tiempo, o quizás por primera vez no sería suficiente. No dejaba de ser la verdad, pero ¿cuánto valía la verdad en su boca? Nada, niente, zero, zit, nothing...
-Beatriz...
-Gonzalo.. -le replicó ella.
-¿En qué piensas?
-En por qué Dios castigó a las mujeres con un corazón -soltó de repente.
-Los hombres también tenemos corazón.
-No, tenéis una máquina de bombear sangre, Gonzalo -le recriminó.- Si tuvieseis corazón, vuestra vida no sería tan simple. Las mujeres amamos por encima de todas las cosas... Aún cuando ya no nos quedan fuerzas para seguir adelante.
-Tenemos que hablar.
-No, Gonzalo, no tenemos que hacer nada que no queramos.
-Pero es que yo lo necesito. Necesito que escuches lo que tengo que decir.
-Gonzalo, me he quedado aquí encerrada contigo, no sé si por accidente o por uno de tus planes, pero no te servirá de nada.
-Bea, Álvaro te quiere. Te quiere tanto que...
-Me quiere tanto que te ha enviado a hacer el trabajo sucio. Recuperar a la fea. Porque eso es lo que haces aquí, ¿no? -le miró directamente a la cara.

Gonzalo se acercó.
-No -casi le dijo en un susurro.- Álvaro no tiene ni idea de dónde estoy. No le he dicho a nadie a dónde iba porque no estoy seguro que... Bea, sé que no hay mucho que pueda decir para convencerte, pero..
-¿Qué vas a decir, Gonzalo? ¿Que todo fue idea tuya, que Álvaro no hizo más que seguir tus instrucciones?
-Puedo ser una mosca cojonera.
-Álvaro es un ser pensante y yo oí las palabras de sus propios labios, sin que tu le empujases a hacerlo.
-Entiendo cómo te puedes...-Bea no lo dejó terminar.
-¡No lo digas, Gonzalo! Porque no lo entiendes. No lo entenderás en la vida, jamás tendrás idea de lo que es oír decir al hombre que amas, que verte en su cama cada mañana es un suplicio, que desea más que nada en este mundo que todo acabe, que lo que tu creías una maravillosa y perfecta historia de amor no es más que una sucia mentira para tener engatusada a la fea....-y en este punto, paró. No era capaz de seguir hablando, o empezaría a llorar.
-¡Bea! -casi suspiró Gonzalo. Viendo la cara de Beatriz mudar de una a otra expresión: del enfado a la ira, de la ira, a la desesperación, de la desesperación a la desilusión, de la desilusión, a la decepción y finalmente al llanto que provocaba ese dolor tan inmenso que ahora mejor que nunca podía sentir.
-¡Que no me llames Bea! -le gritó, rompiendo a llorar.- Él me llamaba Bea... Mi Bea.

Beatriz sentía cómo se estaba hundiendo. Lloraba y, ahora sí, no tenía consuelo.
Gonzalo hizo algo inesperado hasta para él. Se acercó a Bea, con miedo pero con valor, si es que eso era posible, se acercó y la abrazó.
Beatriz había bajado la guardia, y al sentir el abrazo de Gonzalo, casi respiró aliviada. Era el hombre que había provocado toda esa situación por la que estaba pasando, pero lo necesitaba. Ahora necesitaba alguien que la abrazase y la dejase llorar, sin preguntar por qué.
-Beatriz -dijo, dándole un beso en la cabeza-, sé que no es mucho. Pero lamento haberme equivocado tanto contigo, lamento no haber visto lo que veo ahora, lamento haber metido la pata y arruinado esa relación tan especial... Beatriz, creo que esta noche me siento la peor persona del mundo.
-Me alegro -dijo ella.- Porque yo me siento la más idiota, llorando en tus brazos.
-Yo escribí esa carta, Beatriz, yo convencí Álvaro de que lo mejor era que tu pagaras por los dos, yo lo obligué a fustigarte cuando te hiciste con el mando de Bulevar, yo le obligué a seducir a Sandra, yo... Mi lista de "Yos" sería interminable...- Y, de repente, Gonzalo empezó a llorar.

Se tocó las mejillas, los párpados, los ojos, para asegurarse de que era exactamente eso. Lágrimas. Lágrimas por Beatriz, por lo que había hecho.
-Te ahogaría si no estuviera tan consumida por el llanto -le dijo Bea.
-Es un alivio saber que no te quedan fuerzas -bromeó mientras lloraba.- Porque he pensado algo para ayudar a las dos personas más importantes de mi vida.
-¿Tienes un hermano gemelo? -bromeó Bea, a pesar de las lágrimas.
-¡Tienes un sentido del humor muy particular! -le retó Gonzalo.- No. Sois tú y Álvaro.
-Así que ya no soy el anticristo, ni la mosquita muerta, ni la fea tonta que quiere arrebataros Bulevar...
-Ya has demostrado con creces que no tienes un pelo de tonta, y en cuanto a lo de fea... Jamás han salido tales palabras de mi boca.
-Dudo mucho que sea cierto, pero hay otras maneras de decirlo: mujer de belleza distraída, incómoda de ver, de rostro abstracto, una belleza fuera del canon.... He oído eufemismos como esos toda mi vida, Gonza.

Lo había llamado Gonza. Eso era buena señal, así que se sintió con libertad para explicarle lo que había pensado.
-¿Quieres oír mi idea o no?
-¿Para recuperar a Álvaro?
-Si es que aún lo quieres -la picó.
-Gonzalo, si aun no te ha quedado claro, no he dejado de amar a Álvaro ni un sólo instante. Pero no puedo confiar en sus sentimientos.
-Pero, ¿y si él te demostrara más allá de toda duda que te ama, sin importar quién lo sepa, o que pierda en el camino?
-¡Álvaro jamás hará una cosa así! -aseguró Bea.
-Si le damos el justo acicate, puede que sí.
-¿El justo acicate?
-Si Álvaro pensase que te ha perdido, o que está a punto de perderte de verdad, a manos de otro...
-¿Qué otro, Gonzalo? ¡No hay otro!
-Es que se me ha ocurrido algo, pero para eso...
-¡¡¡Ufff!!! ¡No!
-En serio, Bea... Triz. Conozco a Álvaro y sé que esto hará levantar su alelado culo de la silla.
-¡Esto es una locura! -dijo Beatriz, sorprendida, porque el plan le interesaba.- Yo maquinando con Gonzalo De Soto un plan para engañar a Álvaro.
-¡El mundo al revés! -exclamó Gonzalo.
-No pasará nada por escuchar -dijo Bea, para convencerse más a sí misma que como información.
-De acuerdo. Acércate.

Beatriz se preguntó cuánto más cerca necesitaba que estuviese. La tenía atrapada.
-Mi idea se resume básicamente en... -hizo una pausa. Esperó unos segundos, porque no sabía muy bien que decir y... Se acercó a Bea y la besó.

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