Por su parte, Beatriz entró por las puertas de Bulevar apenas unos minutos después de que Gonzalo saliese. Bárbara estaba sentada ya en la recepción y las chicas habían tomado asiento en la cafetería para comentar la sonada discusión entre Gonzalo y Álvaro, cuando la vieron pasar de largo.
-¡Eh, tú, bicho! -le gritó Bárbara cuando Bea casi entraba en el ascensor.- ¿Se puede saber a dónde vas?
-A ver a Álvaro, Bárbara. Te advierto que no estoy para soportar tus tonterías ahora mismo.
-¡¡¡No me puedo creer que tengas la cara dura de presentarte aquí después de lo del editorial!!!
-Estoy aquí por eso precisamente.
-Al debe estar perdiendo la cabeza para escribir algo así y dedicado a ti -le dijo, arrugando la nariz como si estuviera oliendo una caca de caballo.
-Ya te lo dije una vez, Bárbara: La suerte de la fea....
Acto seguido entró en el ascensor.
Las chicas salieron de la cafetería corriendo escaleras arriba.
- Comentaremos la jugada después, nenas, esto se pone interesante -dijo Elena, que iba en cabeza.
-Desde luego, esta empresa es la monda -se rió Jimena.- Aquí no hay quién se aburra.
-¡¡¡Ssssh!!!! ¡¡Callaos, ahí llega Bea!! -advirtió Benito.
-¡Directa al despacho de Álvaro! -exclamó Chusa.- ¡Dios, mataría por ser el maniquí de Álvaro en estos momentos!
-¡Toma y yo! -exclamó Elena.
Beatriz llamó a la puerta del despacho con cuidado, casi con miedo. Tenía que encontrar las fuerzas suficientes para decirle a Álvaro lo que había venido a decir y salir con él corazón intacto. Pero, por el modo en que le temblaba la mano con sólo girar el pomo de la puerta, supo que eso iba a ser poquito menos que imposible.
-Álvaro, ¿puedo pasar?
-¡Beatriz! -exclamó mientras una de esas sonrisas cegadoras estallaba en su cara al verla.
-Necesito que hablemos de esto -dijo, mostrándole el editorial.
-Sabía que eso te haría reaccionar, Bea. ¿Te ha gustado?
-¿Gustarme, Álvaro? -repitió, intentando ocultar la emoción que aquello le había provocado.- Es lo más bonito que alguien ha hecho por mí.
Álvaro se acercó a ella y la tomó de la mano para llevarla hasta el sofá. Se sentaron los dos, pero una vez allí, él no soltó su mano. Bea comenzaba a sentir ese calorcillo tan familiar que sólo sentía cuando estaba con él.... ¡Esto estaba saliendo mal!
-Álvaro...
-Bea... -se llamaron los dos a la vez.- Tú primero.
-Sí, casi lo prefiero. Yo.... Yo tengo que admitir que me sentí muy... que me has llegado al corazón como nunca antes lo hiciste, pero..
-No me pongas peros, Bea -dice Álvaro.- Yo sólo quería que supieras que no he dejado de pensar en ti ni un solo minuto, que quiero estar contigo y que no me importa lo que tenga que hacer para recuperarte -siguió sin dejar de juguetear con su mano.
-Álvaro... ¡¡¡Esto no es buena idea!!! -se quejó ella, aunque su mente y su corazón decían una cosa, su cuerpo reaccionaba de otra muy distinta. Tener a Álvaro junto a ella, tocándola, aunque sólo fuera el roce de sus manos... La hacía perder el contacto con la realidad. El roce de sus manos la transportaban sin querer a esa noche en el cobertizo, cuando Álvaro la amaba, cuando se pertenecían el uno al otro y el mundo era perfecto.
-Sé que aún me quieres, Bea. Puedo sentirlo, lo siento incluso cuando no estás conmigo.
-Yo.... Álvaro, yo necesito que me escuches un momento.
De pronto, él la miró a los ojos, le besó la mano y le dedicó una sonrisa. ¡¡¡Dios!!!, pensó Bea, esa sonrisa podría desarmar ejércitos..... Le estaba prestando atención, iba a escucharla.
-Te quiero, Álvaro, eres el amor de mi vida y lo sabes. No puedo ocultarlo, pero no puedo confiar en ti. Sinceramente, no puedo creer todas esas preciosas palabras, cómo hacerlo cuando ya las escuché una vez y resultaron ser sólo un juego.
-¡Porque ahora son verdad, Beatriz! Porque mi vida ya no tiene sentido a menos que tú estés en ella -le dijo con desesperación.- ¡Te lo he dicho mil veces y te lo diré otras mil más, te lo diré cada mañana al despertar y cada noche antes de dormir durante los próximos noventa o cien años, lo haré escribir en el cielo, lo mandaré a la luna,... ¡Haré lo que tú me pidas que haga!.
-¿De verdad?
-Sí, Bea, en esta vida sólo me importas tú.
-Déjame ser feliz, Álvaro. Déjame olvidarte -dijo, intentando levantarse.
-¿Con Gonzalo?
-Para el caso, es igual, Álvaro.
-Pero, Bea, y todo lo que hemos vivido, todo este amor que... nos tenemos -dijo, eligiendo cuidadosamente el presente, porque a pesar de su resistencia, sabía que Bea lo amaba. Su mano estaba temblando entre las suyas, sus ojos, esos ojos verdes, evitaban los de Álvaro y la distancia física entre ellos, aunque mínima, era como un abismo al que se quería lanzar.
Álvaro lo pensó muy bien. Dudaba de sus propias ideas, hasta ahora no había tenido demasiadas que fuesen tan brillantes como para deslumbrarla.

Miró su mano de nuevo y, observó algo a lo que no le había prestado atención antes. El anillo de compromiso.
-Ese anillo es como tú. Simple, brillante y precioso.
-Álvaro, no hagas esto más difícil de lo que ya es.
-Yo... yo no hice nada bien. Ni siquiera supe pedirte en matrimonio como es debido. La primera vez, en casa de tu padre, fue un acto desesperado para retenerte...
-Hasta donde yo sé la segunda también podría considerarse así -dijo, con media sonrisa, mientras sus ojos se dirigían hacia su antiguo despacho.
-Pero... Esa vez lo hacía por amor, Bea, no lo sabía pero lo hacía porque temía perderte.
-¿Puedo? -dijo, señalando con la cabeza el despacho, e intentando cambiar la conversación antes de que sus fuerzas comenzasen a flaquear de nuevo.
Álvaro miró hacia el despacho y la llevó hasta allí sin soltarle la mano. Entraron en el despacho y a Bea le recorrió un extraño hormigueo por el cuerpo.
De repente se dio cuenta que entrar en ese despacho no había sido muy buena idea.
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