Mientras que esperaba a que Bea saliese de su trabajo, Gonzalo pensaba en lo afortunado que es el hombre que encuentre a alguien como Bea. Jamás había conocido a nadie como ella, mejor dicho, jamás se tomó la molestia de hacerlo. Ahora, casi por accidente, se había reencontrado con ella y, por una peripecia del destino, ahí estaban los dos. Recordó las largas tardes de persecución, acoso y derribo a las que había sometido a la pobre ex-secretaria, lo que a veces le provocaba una de esas sonrisas de golfo encantador, a la que ninguna mujer a excepción de Bea había logrado resistirse.
>>Gonzalo De Soto tenía experiencia con las mujeres, eso era un hecho más que comprobado y su largo currículum sentimental estaba lleno de errores cometidos uno tras otro. Era uno de esos hombres que sabía cómo hacerle el amor a una mujer, pero no hacerle sentir amor. Él nunca lo había sentido, por tanto, estaba un poco pez en esa cuestión.
Sin embargo, en los últimos tiempos, había oído hablar a Álvaro de amor, de su amor por Bea... Y empezó a preguntarse cómo sería sentir algo así.
No le quedaba la menor duda de que su amigo sentía por Bea algo muy distinto de lo que hubiera podido sentir por cualquier otra mujer, incluida Cayetana. Y, desde luego, era sincero porque Bea no era una de esas mujeres que hacen volver la vista a los hombres. Con Bea había sido el día a día, la sonrisa en el momento adecuado, las palabras de aliento necesarias para las circunstancias, los pequeños detalles y gestos de la vida diaria, las confidencias y la confianza, la cercanía... Todo un cúmulo de cosas que había hecho de ella la Perfecta Imperfecta, como le dijo aquella escritora.
Burlarse de Álvaro fue fácil y divertido, picarlo aún más. Álvaro tenía el aspecto de un líder: guapo, alto, agradable al trato, de sonrisa matadora... pero tenía tendencia a dejarse llevar. Sobre todo por él. Y como en Don Quijote, el escudero era el sentido común, el que llevaba en cierta forma a su señor por el camino más insospechado, haciéndolo creer que tan brillante idea era de producción propia.
Recuperar la confianza de Bea no fue fácil. El primer objetivo a derribar fue Carmelo, la honestidad hecha persona. ¿Cuáles fueron sus palabras exactas? No sabría decirlo. Porque soltó todos y cada uno de los discursos de disculpa que conocía, la cuestión es que alguno de ellos funcionó.
-Beatriz -insistió Gonzalo una vez más.- Tenemos que hablar, por favor.
-Ya le he repetido con toda la educación de la que soy capaz tratándose de usted que no quiero escuchar ni una sola palabra. Si no deja de molestarme, tomaré medidas drásticas.
-Álvaro está mal -dijo, esperando moverle el corazón.
-Me alegro. Así al menos uno de los dos probará algo de su propia medicina.
-No te creo, Beatriz. Amas a Álvaro por encima de todas las cosas.
-Lo amé una vez. Pero usted y el señor Aguilar se encargaron de enterrar bien profundo ese amor, sepultarlo con mentiras, engaños y todo tipo de bajezas. Yo hubiera dado mi vida por él, pero no le importó.
-Todo fue culpa mía.
-Eso no me sirve. Lo que usted pudiera decir o hacer me dolería, pero Álvaro Aguilar era mi amor, mi primera vez, el hombre al que entregué mi corazón y mi confianza con los ojos cerrados... Era tal mi fe en el que si me lo pidiese podría volar... Todo eso se acabó.
-Beatriz, déjeme demostrarle que he cambiado.
-No necesito que me demuestre nada.
Gonzalo no podía creer su suerte, su mala suerte. Bea era una de esas rocas contra las que las olas golpean incansablemente hasta conseguir erosionarlas, pero presentía que en el caso de Bea, más que ola debería de transformarse en Tsunami.
Perdido en sus pensamientos andaba, cuando Bea apareció.
-¿Estás mejor, Triznami? -le preguntó, sonriendo.
-Hace ya tiempo que no me llamabas así -le recriminó ella con media sonrisa.
-Tu padre me ha dicho que te has levantado con el pie izquierdo hoy, que procure andar con pies de plomo y no meter la pata...
-¡Qué ortopédico anda hoy mi padre, ¿no?!
-Es que cuando lo he visto estaba comprándose unos zapatos y el subsconciente juega malas pasadas...
-¿Has comprado los billetes? -le preguntó, recordando de repente la mala memoria que tenía para algunas cosas.
-Están aquí -dijo, señalando el pecho.- Sanos y salvos en el bolsillo interior de mi chaqueta.
-Enséñamelo.
-¡Aquí, mi dulce Beatriz! Este no es un lugar apropiado...
-Sólo quiero asegurarme. Anda, dame los billetes, Gonza, no seas payaso.
-Así que esa es la confianza que tú tienes en mí...
-Ninguna confianza. Eso es.
-Beatriz, esto no va a funcionar a menos que confíes en mí.
-Confío. Sólo que no me ciega el amor, precisamente, cuando se trata de nuestras reservas de viaje.
-Está bien -claudicó por fin Gonzalo.- Aquí tienes.
Y le entregó un sobre con un logotipo de una empresa de viajes: BeAL Airlines. Beatriz sacó los documentos de su interior y los revisó. La mirada de enojo no se hizo esperar...
-¿Y la reserva de mi hotel? Ya te dije que mi padre alquiló el piso y necesitaría un sitio donde dormir.
-Siempre puedes venir a mi apartamento, mi preciosa diosa de los números -dijo en tono jocoso.
-¿Tu apartamento? Te refieres a esa guarida de casanova trasnochado que los ratones abandonaron por el bien de su salud... ¡Ni lo sueñes, Gonzalo De Soto!
-Si vieras el efecto que producen en mi tus enfados y mohines y esa arruguita que se te forma en la frente cuando te cabreas...
-Gonzalo, te lo digo en serio. No voy a dormir en tu casa.
-¿Tienes miedo de que te seduzca, Bea?
-A estas altura, mi querido Director Publicitario, debería usted haber notado que sus estratagemas y sus clásicas poses para encandilar a una fémina no funcionan con alguien como yo.
-Pues a mi tu ortodóncica sonrisa, me hace desear....
-¡Anda, vamos a comer, Casanova! -dijo, tirando de su corbata para ponerse en marcha.
viernes, 15 de junio de 2007
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