jueves, 21 de junio de 2007

Capitulo 15: Los efectos de un despacho

No sabía por qué lo había hecho, pero lo cierto era que necesitaba entrar allí y comprobar si aún tenía el mismo efecto. Lamentablemente, nada había cambiado. Allí seguían sus cosas, las pocas que había dejado tras su marcha de Bulevar. La maraca que dejó conscientemente para no recordar a Álvaro cada vez que la viese, su lapicero lleno de bolis inservibles y clips deformados, los post-its pegados en el mismo sitio donde ella los colocó... Era como si alguien se hubiera ocupado a conciencia de mantener todo intacto, en su lugar.
-¡Sí qué son resistentes esas notas adhesivas! -bromeó para evitar seguir pensando y obviar la intensa mirada de Álvaro sobre ella.- ¡Nueve meses y ahí siguen!
- Los cogí con celo para que no se perdiesen -se justificó.
-¡Álvaro! Sólo son notas sin importancia...
-Para mí sí que la tienen. Tú las escribiste. Tienen algo de tí. Todo lo que hay en esta habitación tiene algo de ti.
-¿De verdad me echas de menos?
-Beatriz, ¿cómo puedes preguntarme algo así?
-Puedo, porque dudo -dijo con firmeza.- Álvaro, admito que lo del editorial me dejó completamente fuera de juego y que es la razón por la que hoy vine a verte, pero...
Tú siempre has sido hombre de grandes gestos que estaban absolutamente vacíos de sentimiento.
-¿Qué quieres decir? -preguntó Álvaro, temiendo que esta conversación daría al traste con sus planes para ese momento y lugar.
-El reloj de Reyes, la cena de San Valentín, el almuerzo en tu casa cuando fingiste estar enfermo... Yo los creía sinceras muestras de tu amor por mí, pero... No eran más que pequeñas representaciones para un sólo espectador.
-Beatriz -quiso interrumpirla, antes de que se enfadara de verdad.
-¡No, Álvaro! Déjame hablar. Es a lo que he venido.
-De acuerdo -dijo, aunque no tenía ganas de hablar de eso. Sólo de besarla. No sabía por qué, pero verla enfadada acrecentaba sus ganas de besarla sin parar, sin control, sin medida.... Pero tendría que dejarlo para otro momento. Bea quería que la escuchase, y aunque no le gustase lo que iba a oír, tendría que intentarlo.
-¿Tú has visto esa película.... -dudó, porque no recordaba el título.- ¡El show de Truman!
-Con Jim Carrey, sí -dijo, sin saber muy bien a dónde se dirigía aquella conversación.
-Pues así es cómo me sentí yo. Como si todos estuvieseis en complot para representar esta estúpida historia de amor sin sentido para la tonta de la secretaria.
-¿Y Gonzalo? -le reprochó, dolido, aunque sabía que no era la mejor manera de llegar a su corazón.- ¡No te olvides de él, Bea! Porque si yo soy el actor principal, es el alma mater de toda esta historia.
-Gonzalo y mi relación con él no son asunto tuyo.
-¡Ahí te equivocas, Bea! -casi le gritó.- Llevas su anillo y eso te aleja de mí, de lo que sientes por mí.
-Yo ya no siento nada por ti -le dijo con convicción, aunque no estaba segura de sus propias palabras.
-Sabes, tan bien como yo, que mientes. Nunca has podido ocultar tus sentimientos, Bea. Puede que tus labios pronuncien un no o decidan guardar silencio, pero tus ojos... Tus ojos, Mi Beatriz, son pregoneros de todo lo que siente tu corazón.

Beatriz tuvo que guardar silencio durante un segundo. Puede que Álvaro no fuese el hombre más avispado del universo, pero no había duda de que había llegado a conocerla realmente bien.
-Tú no sabes nada de mi corazón -le dijo finalmente.
-Beatriz, te adoro. Adoro cuando mientes porque te sonrojas como una niña a la que han pillado en mitad de una travesura.

Y Bea podía sentir que era cierto. Sentía que sus mejillas ardían. No era extraño que Álvaro hubiese notado que mentía. Jamás pudo hacerlo, ni de palabra ni de corazón.
-No debí venir -dijo, sintiendo de pronto que se había metido en la boca del lobo. Intentó dirigirse hacia la puerta, pero Álvaro le cerró el paso, colocándose de un sólo movimiento delante de la puerta. La cerró y se apoyó contra ella.
-¡No te vayas, por favor!
-¡Déjame pasar, Álvaro! -casi le ordenó, aunque tenía claro que no iba a ser tan fácil de convencer.
-¡Te quiero, Beatriz, no me dejes! -le gritó.
-¡Alvaro, voy a march...! - Y la besó.

Primero fue un beso urgente, anhelado, como quien está sediento después de recorrer mil desiertos; pero, al comprobar que ella no oponía resistencia, bajó el ritmo y la besó lenta y suavemente, saboreando ese instante, disfrutando del contacto no sólo de sus labios, sino del resto de su cuerpo. Un instante que había estado esperando hacía mucho y que creyó que no se repetiría jamás.

La cabeza de Bea daba vueltas. Estaba perdida en ese mar de suspiros, besos, caricias... "¿Qué estás haciendo?" le gritaba su cabeza.
Lo intentaba y lo intentaba, pero no podía poner fin a ese beso. Era como si cada vez que ella se proponía alejarse de él, Álvaro la besara con más ansiedad, más pasión y le pidiese con ese beso que se quedase sólo un poco más...

No hay comentarios: