En Bulevar, todo iba como la seda. Sonsoles dirigía la empresa a golpe de mocho. Chusa se había convertido en su nueva secretaria y la Barbie se peleaba con la centralita día sí y dia también.
-Sonsoles –apareció Richard en la puerta de su despacho.
-Señora Prieto o Señora Directora para ti, Richard de Castro.
-De acuerdo, sé que no hemos sido los mejores amigos durante este tiempo, pero…
- ¿Los mejores amigos? –repitió Sonsoles, sorprendida.- No, podría decirse que no. ¡Vamos, Richard! Me has martirizado desde que llegué aquí,… Bueno, a mí, a Bea al pobre de Benito que es un santo, a Jimena. Creo que podrías contar con los dedos de una mano, y ya te sobrarían, los amigos que has hecho en Bulevar. Así que no me hagas perder el tiempo. ¿Qué quieres?
-Saber qué vas a hacer conmigo.
-Pues, se me ocurren varias opciones: desde colgarte una piedra al cuello y arrojarte por el viaducto hasta coger uno de tus abanicos y hacértelo tragar lama a lama… Pos que voy a hacer alma de dios. Cargar contigo mal que me pese. Eres un idiota redomado, pero también un genio y aquí prima el talento sobre las maneras.
-¿Voy a conservar mi puesto? –preguntó un tanto incrédulo.
-De momento, aunque ándate con ojo… Yo no soy Bea, Richard. A mí me da un parraque y tardo en ponerte en la calle menos de lo que la Barbie tarda en fundir una visa oro.
A Sonsoles le suena el móvil. Es Bea. Despide a Richard con un vaivén de mano y se sienta comódamente a hablar con ella.
-Mi niña, ¿dónde andas?
De todo lo que Sonsoles esperaba escuchar de Bea, aquello que su amiga le estaba contando era lo que menos.
-¿Estás segura, mi Bea?
-No. Pero creí estar segura una vez y me engañaron.
-Cariño, Gonzalo…
-Sí, ya sé. Gonzalo fue el artífice de todo y debería matarlo, clavarle agujitas en las uñas por todo lo que… Pero no puedo. Lo intento y no puedo.
-Tú es que no eres más buena porque no eres más grande, pero no bajes la guardia Beatriz. No te fíes ni un pelo de Gonzalito.
-Mi padre me ha dicho lo mismo, pero yo creo que se ha dado cuenta de sus errores, Sandra.
-Vivir para ver, cariño. Bueno, avísame cuando volváis.
-¿Cómo está él?
-Arrastrándose por los rincones de Bulevar, Bea. Álvaro es un capullo, pero un capullo enamorado.
-Sandra, no quiero que….
-Tranquila, cariño, no diré nada. Vuelve pronto, Bea.
Alvaro entraba en el despacho de Sonsoles justo cuando terminaba de hablar…
Se abalanzó sobre el teléfono y se lo arrebato de las manos.
-¡¡¡¡Bea!!! ¡¡¡Bea!!!
-¡Jesús, Alvaro!
-¡Me dijiste que no sabías nada de ella!
-Te mentí.
-Quiero que la llames.
-Y yo quiero un maromo de metro ochenta y piel morena como mi esclavo personal. Ya ves tú qué cosas.
-¡Lo digo en serio! –la amenazó.- Necesito hablar con ella.
-No puedo, Alvaro. No tengo su número. Es ella la que llama siempre.
-¿Va a volver?
-Sí, pero no te gustará saber el motivo.
-¡Dímelo!
-Se ha comprometido.
Álvaro se derrumbó por completo sobre el sofá de imitación de leopardo que había en el despacho. Saber que Bea estaba comprometida le cerraba muchas puertas. En realidad, todas.
-No puede ser. Yo… Yo no puedo perderla. La necesito.
-Eso debiste pensarlo antes de los engaños, las mentiras, las estratagemas para enviarla a la cárcel…
-¡Que yo no firmé esa declaración! ¿Cuántas veces he de decir lo mismo?
-Nunca serán suficientes. Jugaste con una persona que lo dio todo por ti, que te hubiera seguido al fin del mundo sin pedir nada a cambio…
Recordaba esas palabras. Se las escuchó a Bea una vez. ¡Oh, Dios! Se daría de patadas en el culo por no saber apreciar lo bueno cuando tuvo la oportunidad y ahora…. Ahora otro hombre, más listo que él, un hombre que sí había sabido ver a la verdadera Bea iba a llevarse la única razón de su existencia.
Aún cuando le había dicho a Sandra que estaba segura, Bea no confiaba del todo en Gonzalo, el encantador de serpientes, que fue como lo llamó ella misma cuando se reencontraron meses atrás…. La mente de Bea se traslada a aquel momento.
-Beatriz –la llamó una voz cuando salió del bloque de apartamentos donde residia con su padre, en un sitio no muy cercano ni muy lejano de Bulevar.
-¡¡¡Señor De Soto!!! ¿Quién si no el fiel perro de presa de Álvaro sería capaz de dar con mi paradero?
-Bea, sé que estos momentos no soy tu persona favorita precisamente.
-No, no lo eres.
-Necesito que hablemos. Yo tengo que decirte…
-Lo que tenga que decirme, señor De Soto, es algo que no necesito oír. Más viniendo de alguien para quién mentir es toda una profesión.
-La publicidad es lo que tiene.
-No, señor De Soto, me refiero a su “otra profesión”. La de encantador de serpientes.
-Bea, por favor, deja de llamarme señor De Soto que me da la sensación que mi padre va a aparecer de un momento a otro. Llámame Gonzalo.
-No lo voy a llamar en absoluto. ¡¡¡Buenas tardes, señor De soto!!!
-¡¡¡Beatriz!!!
Aquella tarde, cuando dejó a Gonzalo plantado, pensó que ya había eliminado de su vida a Alvaro, a Gonzalo y a Bulevar 21 para siempre. Seguiría con su trabajo actual, con una mujer como jefa, que no pondría en peligro su estabilidad sentimental y continuaría adelanta, pero…
Gonzalo no fue nunca de los que se rendían fácilmente.
Él era un encantador de serpientes y, aunque planeaba reformarse, todavía conservaba parte de ese encanto que tan buen resultado le había dado con otras mujeres... Y eso que Bea no respondía para nada a lo que él entendía como mujer.
Álvaro, por su parte, no dejaba de lamentarse. Necesitaba a Bea con toda el alma, la quería, la amaba sin medida sin horario sin orden ni concierto. Era un amor loco, desesperado y casi enfermizo. No podía pensar ni concentrarse en nada que no fuera Bea...
-¡¡La necesito!!! -se decía a sí mismo mientras se preparaba para meterse en la cama.
Frente al espejo del baño había un hombre que había perdido la sonrisa, un hombre que no deseaba otra cosa más que dormir y despertar el día que Bea regresara.
Se acordó de lo que Sonsoles acababa de revelarle y fue como si un ejército de cuchillos se clavase en su corazón.
Bea comprometida con otro hombre, acariciada por otras manos, otros labios besarían su boca, otros dedos rozarían su piel y la bañarían de miradas llenas de amor mientras él se quedaba en la más absoluta soledad.
Y, en medio, de toda aquella tristeza... Ni siquiera tenía a "su hermano", su compinche, su fiel escudero, su compañero de juergas y amigo de la infancia para escucharle como había hecho muchas veces antes.
Poco sabía que su amigo, el encantador de serpientes, estaba a punto de traicionarlo de la peor manera posible....
jueves, 14 de junio de 2007
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