martes, 3 de julio de 2007

Capitulo 24: Una mañana agitada en Bulevar

La mañana siguiente no comenzó bien para Álvaro. Una mañana como aquella no podía acarrear nada bueno si, al entrar en tu despacho, el que se había convertido en tu santuario últimamente, te encuentras a Diego De la Vega comódamente instalado desde el sofá
-¡Buenos días, Álvarito! -le saludó, con ¿una sonrisa?, se preguntó Álvaro ante aquella mueca extraña.
-Diego, esto se está convirtiendo en una costumbre de lo más molesta. ¿Te importaría ir a incondiar a otro aunque sólo fuera unos segundos?
-Es que necesito que me confirmes algo, y sólo tu puedes hacerlo.
Álvaro respiró y pensó que no estaría mal darle tregua a su relación con Diego. Ya había perdido demasiado en aquel tiempo: Beatriz, Gonzalo, su madre, Cayetana... Diego de la Vega sería el colmo a aquella racha de mala suerte.
-¿Qué quieres, Diego?
-Saber cuándo te casas -le dijo, pero a continuación soltó una de sus sonrisas y remató la frase-: ¡Ah, no! Si el que se casa es Gonzalo, tu escudero... Y con tu fiel secretaria, Beatriz Pérez Pinzón.
-¡Tú no cambiarás nunca, Diego! ¡Que te gusta ahí, a meter cizaña!
-Entonces, ¿es cierto? -rió con una carcajada limpia.- Y todo ese númerito no te ha servido de nada...
-Te pido, por favor, que te marches -le dijo Álvaro.
-No te preocupes, mi querido ex-director, ya he visto todo lo que tenía que ver aquí.
Diego se levantó tranquilamente del sofá y salió caminando sin pausa pero sin prisa y dejando a Álvaro sólo en su despacho.
-En cuanto a esa boda, aún no se ha dicho la última palabra -se dijo, para darse ánimos.
Las chicas estaban preparando la estrategia a seguir. Estaban seguras de que Bea llegaría de un momento a otro. Chusa la había llamado para invitarla a tomar algo y para que charlaran más detenidamente de todo el asunto de su compromiso, que ya era vox populi en Bulevar 21.
-¡Mu bien, chicas! -comenzó Elena.- ¡Amos a ver! La Jime la colocamos a pie de ascensor con la llave de seguridad en la mano y, en cuanto salgan los dos, entretetiene a Gonzalo, lo empuja pa dentro y llave al canto.
-¿Que yo empuje a Gonzalo? -repitió la otra.
-¡Hija, Jimena! ¡Que tu puedes! -la animó Chusa.
-Bueno, Chusa y yo esperamos en la puerta y en cuanto los pajaritos estén en el nido, ¡Zas! echamos el candao y a esperar.
-¿Y yo qué? -se quejó Benito.
-Pos tú, Benito, ná... Como siempre andas zascandileando, diciendo que te metemos en tos los fregaos, pos como que pensé dejarte esta vez fuera de la estrategia, vamos -le explicó Elena.
-Desde luego, chicas, yo no sé de qué me sirve ser miembro honorario del 112, porque a las mínimas de cambio... -se quejó Benito.
-¡Que no, tonto! -lo interrumpió Elena.- ¡¡Ay, alma de cántaro!! ¿Cómo me iba yo a olvidar de esos ricitos? -le dijo a la par que le pellizcaba los cachetes cual abuela.
-Tú te ocupas de la parte técnica, Benito, ningún teléfono, ninguna llamada tiene que entrar en ese despacho, ni una visita... Nada.
-¡Ok, niñas! Eso está hecho.
-Ya tengo a Marga vigilando la puerta. En cuanto, aparezcan, te avisará Chusa.
-¡Pues, Diego iba para abajo! ¡A ver si el cara acelga nos agua el plan! -replicó Chusa.
-No te preocupes.... Si hay alguien que domine a Diego, ésa es Marga.
Por otra parte, Francisco había prometido ayudar a su hijo. Y lo iba a hacer. Llamó a Gonzalo a primera hora de la mañana para ver si podía quedar a desayunar con él.
-Lo siento, Francisco, pero hoy tengo algo importante que resolver en Bulevar. Si quieres, nos vemos allí a la hora de comer y charlamos.
-De acuerdo, hijo, pero tenía ganas de charlar contigo, saber de tí... Álvaro estaba muy preocupado.
-Estoy bien, Francisco, feliz y contento... Pero quedamos pendiente de esa comida que no quiero yo ser causante de tus preocupaciones -dijo en tono de broma.
-Estupendo. ¿Qué te parece a las dos y media en el Luxury?
-Dos y media me va bien.
-Pues,... Nos vemos.
-Dale besos a Titina de mi parte.
-Seguro. Hasta luego, Gonzalo.
-Adiós, Francisco, Adios.
La cara de Gonzalo no tenía precio. Estaba tan extrañado de aquella llamada, que fue Beatriz quien tuvo que dar el primer paso y preguntar.
-¿Francisco Aguilar? –le dijo.
-Sí… ¿No es extraño?
-¿Qué quería?
-Comer conmigo –le dijo, aún un tanto asombrado.- En realidad, desayunar pero le dije que tenía que resolver algo y… ¿Estás lista?
-¿Para ir a Bulevar y volver a ver a Álvaro? ¡NO! –bromeó.- Pero no tengo alternativa, ¿verdad?
-Si quieres recuperarlo… -la tanteó.
-¡Claro que quiero, Gonzalo! Pero me muero de miedo.
- Conmigo al lado, no tienes nada que tener, muñeca –le dijo con una voz algo engolada, tipo ganster serie B.
Beatriz no estaba muy segura, pero se puso en camino. Esta vez tomaron un taxi porque Bea le aseguró que no resistiría un paseo en moto y un encuentro con Álvaro con apenas quince minutos de diferencia.
Llegaron a la puerta de Bulevar y, justo antes de entrar, Beatriz tomó a Gonzalo de la mano. Él miró primero hacia abajo y luego a ella a los ojos.
-Si digo alguna tontería, por favor, apriétame la mano hasta cortarme la circulación –le rogó Bea.
-El día que de tus labios salga la primera tontería, se acabará el mundo tal y como lo conocemos –le contestó Gonzalo, tratando de animarla.
-Lo digo en serio, Gonzalo… Ese hombre hace estragos en mi concentración, en mi vocabulario y en otras cosas que no te interesan.
-¡Vaya! –se quejó de guasa.- Siempre guardándote los detallitos más interesantes. ¡Vamos allá!
-Sí –afirmó suspirando y cerrando los ojos mientras daba el primer paso.
Los entraron, no diremos que con paso firme, pero sí unidos por las puertas de Bulevar. Barbara seguía en la recepción, en su particular lucha con la centralita, que de momento parecía ir ganándole la batalla.
-¡¡¡¡Uy, Gonza!!!! –le gritó.- ¡Ten cuidado!! Llevas un frikimonster pegado en la mano.
-¡Buenos días a ti también, Barbara! –la saludó Bea.
- Triz, cariño, ¿por qué no vas cogiendo una mesa? –le dijo Gonzalo, al tiempo que besaba la mano que sostenía en la suya.- Estaré contigo enseguida.
-De acuerdo –le dijo Bea, devolviéndole el gesto con un leve roce en su barba de tres días sin afeitar.
Barbara se quedó con la boca abierta. Caye le había contado algo, pero ella creyó no haberla entendido. Ahora lo veía claro. Tal vez Barbara no se expresaba bien, pero su cabeza “pensaba” a toda mecha:
>>Era verdad. ¡¡La fea estaba comprometida con Gonzalo!!! Había visto el anillo (por cierto, pedazo de anillo) cuando Gonza (puagh) le besó la mano. ¿Qué estaba pasando en Bulevar? ¿La rebelión de las clases bajas? ¿Las feas al poder? Primero, la chaca directora; luego, Chusa le quita su puesto de secretaria de dirección y ahora, Bea. ¡¡¡Con Gonzalo!!! Gonzalo, el azote de las mujeres, el donjuan del siglo XXI, el seductor impenitente, el pichardin indomable… ¡Vencido! ¡Comprometido y, según circulaban los rumores, muy pronto casado!
El mundo debía haberse vuelto loco. La fea con un anillo de diamantes y ella ni una misera fruslería que adornase su esbelto cuello y realzase su dorada cabellera….
De repente, algo o alguien la sacó de su nube. Sonsoles llevaba un buen rato llamándola.
-¡Bárbara, hija de mi vida! ¡Más tonta y nace botija!
-Oye, chorichacha, el hecho de que seas la jefaza aquí no significa que puedas explosionarnos como si fueras un padrasto de tres al cuarto…
- “Extorsionarnos”, Barbara, que eres más corta que la novia de Chicho Terremonto. Y no es “padrastro” si no padrino,…
-Bueno, lo que sea…. ¿Qué quieres, que tengo trabajo?
-Como querer, querer, querría que desaparecieras del mapa… Pero de momento tendré que conformarme con que me des los mensajes de mis llamadas, con faltas de ortografía incluidas.
-Yo no tengo falta de ortografías ninguna, para que lo sepas.
-Ya, y yo no he fregao un baño en mi vida, no te digo la rubia… ¡Anda, hija, que le voy a pedir a los Reyes una cartillita de esas de Rubio pa ti entera, pa que mejores la ortografía, hija!
Sonsoles se dio media vuelta y vio a Beatriz y Gonzalo sentados en la mesa de la cafetería. Se acercó sigilosamente y los saludó, tan silenciosamente que casi los manta de un susto.
-¡Joder, Sonsoles! –exclamó Gonzalo.- Otro como ese y no lo cuento.
-Ya sé que no tengo el bello rostro de Sandra De la Vega , pero vamos… Que tampoco voy mal apañada.
-¡Buenos días, Sonsoles! –la saludó Bea.
-¡Buenos días, ricura! ¿Cómo llevas el día con este bicho –dice señalando a Gonzalo.- tol santo día adosao a tu costilla?
-Pues, bien… -le contesta con una sonrisa.- En realidad, una llega a cogerle cariño –le susurra a Sonsoles, mientras le echa un vistazo a Gonzalo.
-Es que este cuerpo y esta hechura –replica Gonzalo, poniéndose en pie y dando un pase torero- no la encuentras tu en cualquier sitio.
-¡Anda, que me haya yo levantao de la cama pa escuchar a este y a la Barbiloca ! –exclama Sonsoles- El día menos pensao me vuelvo al mocho, que era mucho más divertido, donde va a parar…. Y una cosa os digo antes de irme, porque ya voy tarde, tenerme cuidao que no he visto a las chicas en toa la mañana y están de un misterioso.
Gonzalo y Bea se despidieron de Sonsoles con una sonrisa y, mientras ésta subia en el ascensor, Marga aprovechó para avisar a las chicas que “los pajaritos” no tardarían en llegar al nido.
Gonzalo pagó el desayuno y subieron para el despacho de Álvaro, de nuevo cogidos de la mano, pero esta vez fue Gonzalo quien llevó la iniciativa.
-¿Qué vas a decirle? –le preguntó Bea.
-No lo sé –se sinceró Gonzalo mientras esperaban el ascensor.- Primero, tendré que ver su cara, para saber cómo le entró.
-No creo que esté muy receptivo.
-Pues, más le vale… Porque ésta es la prueba definitiva.
-¿De verdad es necesario, Gonzalo?
-Tú misma me lo dijiste, ¿recuerdas? Lo amabas tanto –dijo bajando la voz- que lo hubieras seguido al fin del mundo sin necesidad de engaños…
-Ya, pero yo no soy Álvaro…-le excusó.
-¿Quieres decir que no mereces que te quieran de la misma forma?
-No, no es eso, es que…-no le dio tiempo a terminar la frase.
-Tienes razón. Que Álvaro te amase de la misma forma no sería suficiente después de todo lo pasado, te mereces que te quiera con desesperación, con ansia, hasta dolerle el corazón por no poder arrancar ese amor ni poder vivir sin él…
-¡Gonzalo! –gritó Cayetana, que acababa de entrar.

domingo, 1 de julio de 2007

Capitulo 23: "Ésta será la noche que nunca tuvimos"

Gonzalo no pensó. Por primera vez en su vida no pensó. Aquello no iba a ser un beso, sólo una manera de explicarse sin palabras. Su intención no era... ¡¡¡Por Dios, cómo iba él a intentar siquiera besarla!!!
Pero sucedió. Apenas unos segundos de un beso real, al menos para él. Y sabía que era real porque cerró los ojos y se perdió... hasta que apenas cinco segundos más tarde, Bea salió del estado catatónico en el que se encontraba por el sorpresivo momento que estaba viviendo y, por primera vez, dio su primera bofetada.
-¡Gonzalo, ¿qué haces?!
-Nada -dijo, tocándose la zona del manotazo y notando cómo le ardía.- ¡Joder, ¿por qué todas las mujeres sabéis cruzar la cara de un hombre? ¿Qué hacéis, el curso acelerado "Gilda" para tortear a un tío o qué?
-Ibas a... -Bea apenas se sentía con fuerzas para pronunciar las palabras.- Estabas a punto de meterme la lengua, animal.
-¿En tres segundos? ¡Nena, tu no sabes lo que es un beso de Gonzalo De Soto! -dijo, bromeando.
-Porque te he parado, que si no... Tú parecías más que dispuesto.

Gonzalo se sonrojó. Beatriz tenía razón. Se había dejado llevar y de qué manera. Nadie, ni siquiera él mismo, creería lo que había pasado si no fuese porque lo había sentido de verdad. Beatriz, la menuda, pequeña, frágil y llorosa Beatriz Pérez Pinzón había conseguido llegar a su corazón.
Ahora podía hacerse una idea de lo que Álvaro sintió aquella noche en el cobertizo, cuando sus palabras lo traicionaron a la mañana siguiente y se le escapó un "Fue Maravilloso". Mejor era no seguir pensando en ello.
-Bueno, ¿qué te parece mi plan?
-¿Qué plan, Gonzalo? Lo único has hecho ha sido aprovecharte de la situación.
-¡No lo digas así, Triz! No era mi intención.
-Y ahora, ¿por qué me llamas Triz? Llevas un rato, Triz aquí, Triz allí.... -dijo, no tan molesta como quería aparentar.
-No quieres que te llame "Bea" y a mí no me gusta Beatriz. Es serio, seco y no me da la gana. Pone demasiada distancia entre nosotros.
-Creo que guardar las distancias contigo en este momento me parece una gran idea -y a continuación, se fue a la otra punta del ascensor.
-Ese beso, Triz, ha sido sólo un desliz y, te diré algo que no voy a volver a repetir nunca más... ¡Es un gusto besarte!
-¡Gonzalo!

Gonzalo se acercó nuevamente a ella, se sentó y le explicó, no sin antes asegurarle que todo había quedado ahí, su plan maestro. Harían creer a Álvaro que estaban enamorados, tan enamorados que planeaban casarse. Y si era verdad que su hermano la amaba tanto como decía, no iba a quedarse quieto viendo cómo perdía a la mujer de su vida.
-¿Y si no? -le dijo Beatriz. Y Gonzalo notó la tristeza en su voz. Sólo él sabía que eso no era posible. Que con Álvaro no habría lugar para el ¿y si no?.
-Pues, ya veremos -dijo, medio bromeando.- Lo mismo haces un hombre honrado de mí y pones un anillo de compromiso en mi dedo. Eso sí, el mío bien grande y con esmeraldas,.... ¡¡¡Que brille, que brille!!!

Beatriz lo miró a los ojos y, no sabía por qué, pero supo que algo había cambiado. Que era sincero y que realmente pretendía ayudarla.
-Gonzalo, por si acaso, te dejaré claro una cosa. No voy a subir a tu casa, ¿me oyes? Nada de besos, ni de tonterías....
-¿Tienes miedo del lobo?
-Tengo miedo de ti -le dijo ella.
-De acuerdo. Seremos una pareja muy discreta.
-En cuanto a esta noche... -le dijo, recordando todo lo que había sucedido.
-No ha pasado nada. Esta noche no ha existido.
-Sí que existe, Gonzalo, y aunque no lo creas, para mí ha sido muy importante.
-Pues, para mí también.... Será la noche que nunca tuvimos.
-La noche que nunca tuvimos, suena a película de los años 40... Pero me gusta.
-A mí también. Y, ahora, aún a riesgo de estropear este momento -dijo, esperando la reacción de Bea.- Voy a intentar que nos saquen de aquí.

Se acercó a su chaqueta y, tranquilamente, sacó el móvil para marcar el número de emergencias.
-¡Seraaaaaaaaaaaaas! ¡Gon-zaaaaa-lo!
-Sí, Gonzalo, ese soy yo -le dijo, dedicándole una de sus sonrisas.

La cabeza de Gonzalo volvió al momento actual. El momento en el que todo el mundo creía que Beatriz era suya, su Triz.
Su relación con Bea mejoró desde aquel mismo instante, se confesó Gonzalo a sí mismo esa noche en que había echado atrás la memoria. La cena con Beatriz le asustó un poco. Ella tenía miedo de que se hubiese enamorado de ella por todo el tiempo que habían pasado juntos, por lo que habían compartido....
Sabía que Beatriz no podría corresponderle jamás. Sus sentimientos estaban en otra parte, con otra persona. ¿Cómo iba él a soñar con arrebatarle a su hermano de sangre la única mujer de la que se había enamorado?

Sin embargo, eso no evitaba que, desde aquella larga noche en el ascensor y, muy particularmente, desde aquel meteórico beso mirase a Bea de manera diferente, se comportase con ella de forma distinta. Ya no podía decir que no le importaba. Sabía que no estaba enamorado de ella, al menos no románticamente, pero tal vez Bea le había hecho un gran favor a alguna mujer.

Beatriz regresó de ese viaje al pasado, de esa noche en el ascensor que, guardando las debidas distancias, había sido una de las más importantes de su vida. Un hombre como Gonzalo no abría su corazón así como así, por eso le preocupaba que pudiese sentir algo distinto a la amistad por ella.
Decidió no pensar más en ello, al menos por esta noche. Mañana sería otro día y, prometía ser agotadoooooor.

viernes, 29 de junio de 2007

Capitulo 22: La noche que me dió el tío del ascensor

Rebuscó en el bolso una y otra y otra vez, pero no lo encontró. Con las prisas por salir huyendo de Gonzalo, olvidó desconectar su móvil del cargador. Allí estaría, encima de su mesa, feliz por no estar al lado del ser más traicionero, ruin y mentiroso de toda la faz terrestre. Entonces, le lanzó una mirada que significaba exactamente eso.
-Tengo que decirte que tus miraditas me acojonan, Bea y no sabes de qué forma. Eso es algo que pocas mujeres han conseguido, por no decir ninguna.
-No pretendo batir un récord. ¡Y no me llames Bea! -dijo, intentando mantener la calma.
-¿Te has cambiado de nombre últimamente?-bromeó él.
-A ver si puedes ser útil por una vez, Gonzalo. Llama al 112 para que nos saquen de aquí.
-No traigo móvil -mintió, sabiendo que lo tenía en el bolsillo derecho de su chaqueta, sobre la que estratégicamente se hallaba sentado.
-¿Qué?
-Que no lo traigo. Lo olvidé en el restaurante donde estuve comiendo.
-¿Bromeas?
-Te aseguro que nada me gustaría más -volvió a mentir.- Tenemos una larga noche por delante, mi querida Beatriz.

Permanecieron en silencio durante largo rato. Bea comenzaba a desesperarse. Decididamente esa era la peor manera de pasar una noche, pensó. Con la sabandija asquera y rastrera de Gonzalo De Soto, secuaz del aún más repugnante, mentiroso y despreciable de los hombres... Que resultaba ser el hombre al que aún amaba: Álvaro Aguilar.

Se maldijo a sí misma por su tozudez. ¿Por qué no podía dejar de quererlo? ¿Por qué?
Gonzalo la observaba sin decir una palabra. Sabía lo que estaba pensando y tenía que hablar con ella. Beatriz no se lo iba a poner fácil.
Estaba enfadada, muy enfadada con él. Y su discurso, el que tenía preparado, no iba a funcionar. Decirle que Álvaro la amaba, que sabía que su amigo estaba enamorado de ella como de ninguna otra mujer en mucho tiempo, o quizás por primera vez no sería suficiente. No dejaba de ser la verdad, pero ¿cuánto valía la verdad en su boca? Nada, niente, zero, zit, nothing...
-Beatriz...
-Gonzalo.. -le replicó ella.
-¿En qué piensas?
-En por qué Dios castigó a las mujeres con un corazón -soltó de repente.
-Los hombres también tenemos corazón.
-No, tenéis una máquina de bombear sangre, Gonzalo -le recriminó.- Si tuvieseis corazón, vuestra vida no sería tan simple. Las mujeres amamos por encima de todas las cosas... Aún cuando ya no nos quedan fuerzas para seguir adelante.
-Tenemos que hablar.
-No, Gonzalo, no tenemos que hacer nada que no queramos.
-Pero es que yo lo necesito. Necesito que escuches lo que tengo que decir.
-Gonzalo, me he quedado aquí encerrada contigo, no sé si por accidente o por uno de tus planes, pero no te servirá de nada.
-Bea, Álvaro te quiere. Te quiere tanto que...
-Me quiere tanto que te ha enviado a hacer el trabajo sucio. Recuperar a la fea. Porque eso es lo que haces aquí, ¿no? -le miró directamente a la cara.

Gonzalo se acercó.
-No -casi le dijo en un susurro.- Álvaro no tiene ni idea de dónde estoy. No le he dicho a nadie a dónde iba porque no estoy seguro que... Bea, sé que no hay mucho que pueda decir para convencerte, pero..
-¿Qué vas a decir, Gonzalo? ¿Que todo fue idea tuya, que Álvaro no hizo más que seguir tus instrucciones?
-Puedo ser una mosca cojonera.
-Álvaro es un ser pensante y yo oí las palabras de sus propios labios, sin que tu le empujases a hacerlo.
-Entiendo cómo te puedes...-Bea no lo dejó terminar.
-¡No lo digas, Gonzalo! Porque no lo entiendes. No lo entenderás en la vida, jamás tendrás idea de lo que es oír decir al hombre que amas, que verte en su cama cada mañana es un suplicio, que desea más que nada en este mundo que todo acabe, que lo que tu creías una maravillosa y perfecta historia de amor no es más que una sucia mentira para tener engatusada a la fea....-y en este punto, paró. No era capaz de seguir hablando, o empezaría a llorar.
-¡Bea! -casi suspiró Gonzalo. Viendo la cara de Beatriz mudar de una a otra expresión: del enfado a la ira, de la ira, a la desesperación, de la desesperación a la desilusión, de la desilusión, a la decepción y finalmente al llanto que provocaba ese dolor tan inmenso que ahora mejor que nunca podía sentir.
-¡Que no me llames Bea! -le gritó, rompiendo a llorar.- Él me llamaba Bea... Mi Bea.

Beatriz sentía cómo se estaba hundiendo. Lloraba y, ahora sí, no tenía consuelo.
Gonzalo hizo algo inesperado hasta para él. Se acercó a Bea, con miedo pero con valor, si es que eso era posible, se acercó y la abrazó.
Beatriz había bajado la guardia, y al sentir el abrazo de Gonzalo, casi respiró aliviada. Era el hombre que había provocado toda esa situación por la que estaba pasando, pero lo necesitaba. Ahora necesitaba alguien que la abrazase y la dejase llorar, sin preguntar por qué.
-Beatriz -dijo, dándole un beso en la cabeza-, sé que no es mucho. Pero lamento haberme equivocado tanto contigo, lamento no haber visto lo que veo ahora, lamento haber metido la pata y arruinado esa relación tan especial... Beatriz, creo que esta noche me siento la peor persona del mundo.
-Me alegro -dijo ella.- Porque yo me siento la más idiota, llorando en tus brazos.
-Yo escribí esa carta, Beatriz, yo convencí Álvaro de que lo mejor era que tu pagaras por los dos, yo lo obligué a fustigarte cuando te hiciste con el mando de Bulevar, yo le obligué a seducir a Sandra, yo... Mi lista de "Yos" sería interminable...- Y, de repente, Gonzalo empezó a llorar.

Se tocó las mejillas, los párpados, los ojos, para asegurarse de que era exactamente eso. Lágrimas. Lágrimas por Beatriz, por lo que había hecho.
-Te ahogaría si no estuviera tan consumida por el llanto -le dijo Bea.
-Es un alivio saber que no te quedan fuerzas -bromeó mientras lloraba.- Porque he pensado algo para ayudar a las dos personas más importantes de mi vida.
-¿Tienes un hermano gemelo? -bromeó Bea, a pesar de las lágrimas.
-¡Tienes un sentido del humor muy particular! -le retó Gonzalo.- No. Sois tú y Álvaro.
-Así que ya no soy el anticristo, ni la mosquita muerta, ni la fea tonta que quiere arrebataros Bulevar...
-Ya has demostrado con creces que no tienes un pelo de tonta, y en cuanto a lo de fea... Jamás han salido tales palabras de mi boca.
-Dudo mucho que sea cierto, pero hay otras maneras de decirlo: mujer de belleza distraída, incómoda de ver, de rostro abstracto, una belleza fuera del canon.... He oído eufemismos como esos toda mi vida, Gonza.

Lo había llamado Gonza. Eso era buena señal, así que se sintió con libertad para explicarle lo que había pensado.
-¿Quieres oír mi idea o no?
-¿Para recuperar a Álvaro?
-Si es que aún lo quieres -la picó.
-Gonzalo, si aun no te ha quedado claro, no he dejado de amar a Álvaro ni un sólo instante. Pero no puedo confiar en sus sentimientos.
-Pero, ¿y si él te demostrara más allá de toda duda que te ama, sin importar quién lo sepa, o que pierda en el camino?
-¡Álvaro jamás hará una cosa así! -aseguró Bea.
-Si le damos el justo acicate, puede que sí.
-¿El justo acicate?
-Si Álvaro pensase que te ha perdido, o que está a punto de perderte de verdad, a manos de otro...
-¿Qué otro, Gonzalo? ¡No hay otro!
-Es que se me ha ocurrido algo, pero para eso...
-¡¡¡Ufff!!! ¡No!
-En serio, Bea... Triz. Conozco a Álvaro y sé que esto hará levantar su alelado culo de la silla.
-¡Esto es una locura! -dijo Beatriz, sorprendida, porque el plan le interesaba.- Yo maquinando con Gonzalo De Soto un plan para engañar a Álvaro.
-¡El mundo al revés! -exclamó Gonzalo.
-No pasará nada por escuchar -dijo Bea, para convencerse más a sí misma que como información.
-De acuerdo. Acércate.

Beatriz se preguntó cuánto más cerca necesitaba que estuviese. La tenía atrapada.
-Mi idea se resume básicamente en... -hizo una pausa. Esperó unos segundos, porque no sabía muy bien que decir y... Se acercó a Bea y la besó.

Capitulo 21: El principio de una noche

Aquella noche a Gonzalo y Beatriz parecían asaltarle los mismos pensamientos. Podría sonar ridículo y tal vez no tuviese la importancia que ambos le daban, pero hubo una noche, una noche que parecía ser como cualquier otra, pero… Que cambió la forma en que se veían el uno al otro.
Fue poco después que Gonzalo la encontrase por primera vez a la puerta del bloque de oficinas donde Beatriz estaba trabajando. Había estado martirizándola, visitándola, molestándola e intentando que entendiese cómo sufría Alvaro. Pero no Bea no estaba por la labor. Así que a última hora de la tarde decidió dar un paso más y subir a su despacho. No iba a pasarse otra tarde más en la puerta para que lo rechazase a los cinco minutos. No esta vez no, se dijo.
Eran las ocho y media pasadas y ya no había prácticamente nadie en los despachos, con lo que Gonzalo pensó que era la oportunidad perfecta. Podrían hablar y ella no podría escudarse en reuniones, ni compañeros… Tendría que escucharlo. Parte de lo que estaba pasando era culpa suya, así que se sentía en cierta forma responsable. Se acercó por el pasillo y Beatriz lo vio venir.
-¿Otra vez usted, señor De Soto? –dijo, con cierto hastío.
-Sí, otra vez yo, Beatriz, y seguiré viniendo las veces que haga falta.
-No sé cómo hacerle entender que no estoy interesada en nada que tenga que decirme. Estoy harta de ver su cara día y noche rondando por aquí –le dijo, con enfado, mientras cogía el bolso y se dirigía al ascensor.
-Pues no me voy a rendir. Bea –la llamó intentando retenerla.
-¡Ni se le ocurra tocarme, ¿me oye?! O llamaré a Seguridad
-He estado en este edificio prácticamente todo el día durante las últimas dos semanas. Sé lo suficiente como para asegurar que no hay guardias ni nada que se le parezca.
-¡De verdad necesito que me deje en paz!
-Y yo necesito que me escuche.

Beatriz entró en el ascensor y Gonzalo la siguió con decisión, a pesar de que ella intentó cerrar las puertas antes de que pudiera entrar.
-¡A eso se le llama jugar sucio, Bea! –le espetó él.
-Y a lo que usted hace, se le llama acoso.

Gonzalo estaba desesperado. Miró el botón de STOP del ascensor y sintió que lo llamaba. Bea siguió su mirada y se dio cuenta de lo que se proponía.
-Ni se le ocurra pensarlo –le advirtió.
-¿De qué hablas?
-No va a tocar ese botón, Gonzalo, no va a dejarme encerrada en un ascensor otra vez y van… Tres, creo.
-Voluntariamente, sólo fue una. El resto no fue más que un accidente.
-Usted y sus accidentes me tienen…

De repente el ascensor se paró de golpe. Beatriz dirigió una mirada furibunda a Gonzalo y éste levantó las manos en señal de defensa.
-¿Qué? No he tocado nada.
-¡Señor De Soto!
-¡Que no, Beatriz, que yo no he tocado nada! ¡Mírame! Ni siquiera llego a la botonera…
-Lo digo en serio, Gonzalo, ponga en marcha este ascensor ya.
-¡Y dale! ¡Que yo no he sido, Beatriz!

Bea se acercó a la botonera y comenzó a pulsar todos los botones. Estaba nerviosa, necesitaba salir de allí y, sobre todo, necesitaba perder de vista a Gonzalo. Le dio un par de porrazos o tres a la botonera de nuevo.
-¡Oh, sí, claro! –bromeó Gonzalo.- ¡Seguro que con eso lo arreglas!
-¡Gon-za-lo! –le gritó Bea, y ese grito le sonó tan parecido a como lo llamaba Álvaro muchas veces, cuando lo sacaba de quicio, que no pudo evitar reírse.
-¿Qué? ¿Qué es tan gracioso?
-Tú, Beatriz.
-¡¡Oh, me alegra que a pesar de nuestra situación, tu tengas oportunidad de reírte de mí como siempre!! –le dijo, irónicamente.- No esperaba menos de ti.
-¿Ya me tuteas? Pensé que estaba exiliado y en el destierro de la distancia y la indiferencia.

Bea lo miró extrañada, encogió los hombros y bufó. Empezaba a cansarse de mantenerse en guardia contra Gonzalo. Era absolutamente agotador. ¡¡¡Ojalá él no lo notase!!
-Ésa es, sin duda alguna –comenzó Bea, para picarlo un poco-, la frase más larga y con menos sentido que te he escuchado.
-Es que soy un hombre parco en palabras.
-Permíteme que lo dude –le dijo con sorna.- A ver, tú eres el hombre de las grandes ideas, de los planes maquiavélicos para reírse de inocentes secretarias, pon en marcha tu maquinaria de maldad y piensa en una forma de salir de aquí y con vida, a ser posible.
-Entonces, lo de subirnos al techo y deslizarnos por los cables de acero tipo misión imposible… Lo desechamos, ¿no?
-Verás, Gonzalo, es que encontraría tremendamente molesto estamparme los sesos contra el suelo en tu compañía.
-¿Qué es lo que te molesta realmente? ¿Estamparte los sesos o estampártelos conmigo?
-¡No me tientes!
Gonzalo se quitó la chaqueta, se sentó en el suelo del ascensor y se relajó.
-¿Qué haces?
-Sentarme. Llevo toda la semana persiguiéndote y, créeme, eres agotadoramente activa.
-Ya me imagino por qué. Tu única actividad en Bulevar desde que te conozco ha sido la de Paseador de despachos.
-¡¡¡Uhm, sinceridad!!! –dijo, como si estuviera oliendo el más suave de los perfumes.- Eso me gusta, Beatriz.

Beatriz se rindió ante la evidencia. Por mucho que lo odiase, no iba a salir de aquí antes de mañana, a menos que...

miércoles, 27 de junio de 2007

Capitulo 20: Beatriz y los cuerpos celestes

Bea no sabía muy bien qué decir. La actitud de Gonzalo de un tiempo a esta parte había cambiado tanto que no estaba segura de nada. Tal vez sólo eran imaginaciones suyas, nada más.
Bea había perdido el contacto con la realidad durante un segundo, así que Gonzalo se vio obligado a preguntar de nuevo.
-¿Crees que no tengo claro lo que siento por tí? -repitió un par de veces antes de conseguir una respuesta.
-No lo sé, Gonza, no estoy segura.
-Bea...triz -se corrigió.- Eso es algo que tengo absolutamente controlado.
-¿Controlado? ¿Qué quieres decir? -se asustó Bea.- ¿Es que hay algo que controlar?

Al verla tan nerviosa, supo cuál sería su reacción. Su preocupación por él, por lo que pudiera sentir, era absoluta, completa e indisimuladamente sincera, así que... Eligió con cuidado las palabras que debía decir.
-Bea -la llamó para que le prestase atención.- Bea, mírame.
-Gonzalo... -fue a quejarse.
-Necesito que me des tu mano y me escuches un segundo, ¿vale?
-¡Ay, por favor! ¡Gonzalo, no me hagas esto!
-No es lo que piensas, Triz -le dijo, tomándola de la barbilla para obligarla a mirarle.- No seas tonta y dame la mano, por favor.

Beatriz extendió su mano, la mano en la que llevaba la alianza de compromiso, y la puso sobre la de Gonzalo.
-¿Recuerdas qué es eso que llevas en el dedo?
-¡Gonzalo!
-Contesta, Bea. No te estoy preguntando de física cuántica, que seguro que sabes un rato...
-Es mi anillo de compromiso -repitió como una cantinela.
-¿Y te acuerdas lo que grabamos en él? -siguió Gonzalo, esperando que Bea no se resistiese.
-¡¡¡Claro que lo recuerdo, Gonzalo!!! -exclamó.- Estábamos juntos, ¿recuerdas?
-Quítate el anillo y mira la inscripción.
-No lo necesito, Gon, ya sé lo que pone.
-Ya sé que lo sabes. ¡¡¡Dios, Bea, hoy estás imposible!!!
-De acuerdo -dijo, quitándose la alianza y mostrándola a la luz.- Te seguiré el juego un rato.

La luz que adornaba la mesa incidió sobre el oro blanco haciéndolo brillar con un destello primero para después liberar el mensaje que guardaba el anillo.

Alvaro + Bea x siempre

Gonzalo guardó silencio unos segundos antes de proseguir. Bea lo miraba fijamente, intuyendo que algo importante estaba por llegar.
-Esa inscripción, Triz, resume lo que Álvaro siente por tí, lo que los dos sentís por el otro y eso te hace más inalcanzable para mi que si estuvieras en el planeta más alejado del sistema solar -dijo, y al notar el carácter serio de la conversación se decidió a bromear.- ... que por si te interesa saberlo es Saturno, ¿no?
-Plutón, Gonza, Plutón -dijo, sabiendo que él solo trataba de relajar la tensión que se había creado.
Él le sonrió picaronamente y retomó el tema.
-Lo que intento decir, Beatriz, sin ese don de palabra que suele caracterizarme... Es sencillamente que, si estuviese enamorado de tí (que no es el caso) y aunque no amarás a Álvaro como sé que lo amas (que tampoco es el caso) lo que Álvaro siente por tí, me haría tragarme ese amor de una sola vez y digerirlo o aprender a convivir con él pero sin llegar a expresarlo jamás.

Bea se lo quedó mirando durante largo rato por lo que él dedujo que no había entendido ni una sola palabra.
-Beatriz, si puedes oírme, parpadea una vez. Si estás catatónica, parpadea dos -bromeó.
-Gonzalo, eso es...
-Un galimatías, lo sé. No estoy muy lúcido esta noche.
-¡No, no! Es la declaración de amistad más hermosa que he oído nunca y espero que Álvaro sepa apreciarte en la justa medida.
-Eso es lo único que yo espero de ti, Beatriz, amistad. Quiero ser el mejor amigo de la novia de mi mejor amigo -dijo, dándose cuenta al segundo de lo que acaba de decir.
-Ha sonado como un trabalenguas -bromeó Bea.
- ¡Joder! Está demostrado que tienes un efecto devastador en mi capacidad expresiva. Esta noche, soy un desastre, Triz

Beatriz se acercó a él y le dio un sonoro beso en la cara.
-¿Y eso por qué esta vez?
-Por ser un desastre, pero un desastre encantador.
-Gracias.
-De nada, amigo.

Gonzalo dejó a Beatriz en la puerta del hotel y, antes de despedirse, Bea le preguntó:
-¿Tienes algo pensado para mañana?
-Aún no -admitió -, déjame que lo consulte con la almohada y ya te diré algo.
-Podríamos quedar para desayunar en el hotel, ¿te parece?-le sugirió ella.
-De acuerdo.
-Ocho y media.
-Triz, no castigues tanto, hija. Compasión por las horas de sueño de un hombre.
-¡¡¡Cómo si fuese la primera vez que trasnochas un dia laboral!!! Si te habré visto repetir veces el traje del día anterior...
Gonzalo sonrió.
-¿A las nueve te va bien? -le preguntó ella de nuevo.
-Me iría mejor a las once, pero.. ¡¡¡A las nueve!!!
-Buenas noches, señor De Soto -dijo, devolviéndole el casco con una sonrisa.
-Buenas noches, señorita Pérez Pinzón.

Y Gonzalo se marchó a casa en la moto.

Mientras subía a su habitación, recordó esa noche a la que había vuelto tantas noches antes mientras trataba de dormir. Una noche que la sorprendió tanto, que casi estaba a la altura de las otras dos noches más importantes de su vida: su primera vez y la noche del cobertizo.
Sin embargo, en esta última, la sorprendió no la pasión o los sentimientos, sino la capacidad de otro ser humano para escuchar y hacerse escuchar.
>> Era cierto que Gonzalo la perseguía día y noche, que apenas la dejaba moverse con libertad, con la excusa de hacerle entender lo mucho que sufría su amigo.
Pero ella se negó a escucharlo. No quería saber del dolor de Álvaro, no quería tener que escuchar lo mucho que sufría por la marcha de Beatriz, porque él, el ser al que se había entregado por completo sin condiciones ni restricciones y en todos los sentidos, era el principal causante de su marcha.
Pero Álvaro sabía elegir a sus embajadores y, aunque la suya fuese una causa perdida, este embajador se había curtido en mil batallas antes.
Los años de mentiras continuadas, encubrimientos, planes secretos y no tan secretos a los que sometían a Cayetana de la Vega hacían de Gonzalo un oponente a tener en cuenta.<<>> Esa noche cambió muchas cosas para los dos, se dijo a sí mismo mientras se tomaba lo último que aún quedaba en el cartón de leche.

Tanto Gonzalo como Bea parecían estar reflexionando sobre el mismo asunto. La noche de su última encerrona a Bea. O lo que ellos solían llamar "La noche que nunca tuvimos".

martes, 26 de junio de 2007

Capitulo 19: Planes, planes, planes

-Álvaro, sé que piensas que no te apoyo lo suficiente como padre -comenzó Francisco-, y tal vez no dejes de tener razón. Por eso quiero que sepas que me tienes a tu lado para lo que pueda servirte.
-No te entiendo, papá. ¿Quieres ayudarme a qué? ¡Ya perdí Bulevar!
-No hablo de Bulevar, hijo, hablo de algo que para mí es infinitamente más importante.
-Hasta donde yo sé -dijo Álvaro, no sin sentir cierto dolor.- Bulevar ha sido, es y será lo más importante en tu vida.
-Hablo de tu felicidad, Álvaro. Eres mi hijo y mi prioridad es que seas feliz. Si tu felicidad se llama Beatriz Pérez Pinzón, pues bienvenida a la familia.
-Pero, mamá...-iba a comenzar Álvaro.
-Tu madre es un poco...
-¿Clasista? -le sugirió Álvaro.
-Tiene buen fondo, hijo. Cuando compruebe cuán feliz te hace, Bea, no tendrá ninguna duda acerca de ella.
-¡¡Ojalá y Dios te escuche!!
-Bueno, ¿y qué vamos a hacer para recuperar a esa nueva nuera mía tan escurridiza?-bromeó Francisco.
-No tengo ni idea.

Las niñas del 112 estaban decididas. Sabían perfectamente de parte de quién estaban, aunque Jimena aún tenía sus dudas. Gonzalo la tenía completamente conquistada.
-Bueno, ¿y qué hacemos para dejar al par de tórtolos solitos y que puedan hablar? -preguntó Marga.
-Lo del ascensor, desde luego, no. Que la pobre Bea va a cogerle manía -dijo Chusa.
-O gusto, según se mire -sugirió Jimena.- Pero yo voto porque la dejemos un rato tranquila.
-Por fin alguien con sentido común... Chicas, dejemos el mundo como está y no revolucionemos al personal más de lo que ya está -se quejó Benito.-, que de estás Richard se hace un abanico con las tirillas de mi pellejo.
-Pero, bueno, Benito... ¿Dónde se ha quedado tu espíritu de aventura? -le criticó Marga.- ¿No te gustaría ayudar a alguien a reencontrarse con el amor de su vida?
-Marga, los doscientoscuarentaeuristas carecemos de espíritu aventurero... Sobrevivir con ese sueldo todos los meses ya es una aventura en sí misma -le respondió.
-¡Anda, Benito! ¡Que eres el tío más.... rajao que conoció este mundo! -le dijo Jimena.
-¿Tú no querías que Bea se diera una oportunidad con Gonzalo? -le criticó el becario.
-Me lo he pensao mejor. Si Bea lo suelta, a lo mejor lo pilló yo... Ahora que tiene la mirada limpia, más allá del esclavo 90-60-90.
-¡¡¡Jimena!!! -gritaron todas a coro.
-Es que me da que Gonzalo tiene su punto, chicas... Si no, a ver por qué tanto éxito entre las de nuestro género. Y a mí, me gustaría probar un poco de eso -terminó, dando un lametón a la cucharilla del café de lo más sugerente.
-¡Me voy, niñas! -exclamó el becario.- Ya he oído más que suficiente.
-¡Ande vas, alma cándida! -le gritó Elena, cogiéndolo de la camiseta.- Tú, te vas a encargar de Gonzalo.
-Pero... Pero... -intentó quejarse.
-¡Pero nada! -sentenció Elena.- Si Gonzalo aparece, tú como una lapa. ¡Ahí, a la yugular!
-¿Quieres que lo estrangule?
-No, Benito hijo, no -le calmó Chusa.- Se refiere a que no lo dejes ni a sol ni a sombra, que no tenga oportunidad de acercarse al despacho de Álvaro. Elena y yo estaremos pendientes y, cuando los dos estén dentro...
-¡Zas! -gritó Elena, asustando a más de uno.- Encerraos a cal y canto y con las guardianas en la puerta.
-Ahora sólo nos queda -siguió Marga- que Alvarito sea espabilao por una vez en su vida y aproveche la oportunidad.

Titina, por su parte, no pensaba quedarse de brazos cruzados. Su hijo no podía estar enamorado de la secretaria esa de pacotilla.
Lo había oído de su propia boca, le había amenazado directamente, pero... Eso sería demencia transitoria. A veces ocurre, tras una fuerte emoción. Y bien es cierto que Álvaro no había llevado una vida tranquila últimamente.
Iba a poner las cosas en su sitio, así le costase la vida. Entró en el despacho de Cayetana y no le gustó mucho lo que vio.
-¡Diego!
-Buenas tardes, Titina -dijo Diego, levantándose de la silla en la que estaba perfectamente acomodado para saludarla.
-¿Qué haces aquí?
-Esperando a mi hermana. Quería invitarla a comer, tenemos algunos asuntos pendientes que tratar.
-Creo que se te ha hecho un poco tarde, Diego -dijo, observando el reloj. Marcaba las cinco menos diez.
-Sí -dijo, confirmándolo con el suyo propio.- No cabe duda que mi hermana Cayetana se está viendo influenciada por las malas costumbres que abundan en esta revista. A veces creo que la única persona que trabajaba realmente en esta empresa era esa chacha, Sonsoles.
-¡Increíble que esa mujer dirija esta revista! -exclamó indignada.
-Pues no lo hace tan mal, mi querida Titina -reconoció Diego.- Aunque tampoco era muy difícil superar la gestión de tu hijo.
-¡No consiento que insultes a Álvaro en mi presencia!
-Sé que eres su madre, pero la pasión no quita el conocimiento. Estoy seguro de que Álvaro es el hijo que toda madre desea, pero desde luego no es el director con el que una revista soñaría.
-¡Eres un amargado, Diego, y siempre lo serás! No importa si algún día consigues Bulevar o no, porque siempre habrá algo que te haga infeliz...

Con semejante desplante, Titina salió del despacho de Cayetana y olvidó por un momento su maléfico plan para hundir a Bea, o mejor dicho, a Álvaro.

En otra parte de la ciudad, Gonzalo y Bea convirtieron ese almuerzo en una larga, larguísima tarde de charla. El móvil de Bea tenía mil llamadas perdidas, todas ellas de la única persona que podía tener tal desesperación en encontrarla.
-Bueno, ¿y mañana qué? -le preguntó Bea a Gonzalo -porque está claro que quiere hablar conmigo -terminó haciendo referencia al móvil que no dejaba de agitarse sobre la mesa.
-Mañana, más leña al fuego, preciosa -le dijo con una sonrisa maliciosa.
-Gonzalo, no sé si voy a ser tan fuerte....
-Me lo has prometido, ¿recuerdas? Estamos juntos en esto.
-Lo intentaré.
-No, no lo intentes -le dijo Gonzalo, muy serio.- Tienes que ir con mente ganadora, Bea...triz, porque si no, te pondrá su carita de niño bueno y su brillante sonrisa y estarás perdida.
-Ya estoy perdida, Gonzalo, y tu lo sabes.
-Ya. Yo lo sé, tú lo sabes,... Pero él no. Y no puede saberlo.
Todavía.
-Es que estoy preocupada por él y por tí...
-¿Por mí? -repitió Gonzalo, sin dejar de sorprenderse.
-Me preocupa que hayamos llevado esto demasiado lejos y tú...
-¿Que sienta algo por tí? ¿Algo real, quieres decir?

domingo, 24 de junio de 2007

Capitulo 18: El cambio de Gonzalo

Álvaro se quedó en su coche y esperó.
Pero nadie salía del portal. Había calculado el tiempo que Bea hacía que había salido de Bulevar y ya le había dado tiempo más que suficiente de llegar.
Tal vez le estuviese costando más de lo que pensaba contárselo a Gonzalo, porque Bea era muy pausada, muy diplomática... ¡¡No!! De repente recordó sus besos la primera noche. Estaba asustada, pero... ¡¡Madre de Dios!! Esa mujer que había tenido entre sus brazos no era para nada pausada, ni diplomática, era alguien que podía hacerle hervir la sangre con sólo mirarlo.
Eso le hizo pensar en Gonzalo y Beatriz juntos. El corazón se le paró. ¿Habrían pasado alguna noche juntos? Sólo contemplar esa posibilidad le desgarraba el alma.
En ese momento, sonó el móvil y Álvaro casi le produce un infarto.
-¿Dígame?
-Álvaro, hijo, ¿dónde estás? -le preguntó Francisco.
-Estoy.... Estoy resolviendo unos asuntos personales.
-Tenemos que vernos -le pidió.- Necesito hablar contigo.
-¡Ahora no es buen momento, papá!
-Pues dime cuándo porque lo que tenemos que hablar no puede esperar, hijo.
-De acuerdo -claudicó Álvaro.- Te veré en casa en un par de horas.
-¡En casa no, hijo! -se quejó Francisco.- Tu madre no nos dejaría hablar.
-Pues, en mi piso entonces. Papá, tengo que dejarte -dijo, viendo cómo Beatriz salía del portal.
Colgó el teléfono y, cuando se disponía a bajar del coche, vio que Gonzalo salía tras ella. Pensó que iban a discutir en plena calle, pero no... Ella parecía estar esperándolo. Él la tomó de la mano y se caminó con ella unos metros hasta llegar a una moto negra que estaba aparcada cerca del portal.
¿Gonzalo tenía una moto? ¡¡Desde cuándo!!

-Me dan miedo las motos, Gonza.
-¿Las motos o tener que agarrarte a mí? Beatriz, te aseguro que esa es una experiencia que muchas mujeres estarían deseosas de vivir.
-¡No lo dudo, mi donjuán particular! Pero juro que la moto me da aún más miedo.
-Mira, te voy a poner esto -dijo colocándole el casco con sumo cuidado.- Así ya está...
Cuando terminó de ajustarle la correilla, le dio en beso en la punta de la nariz y la miró fijamente.
-Soy como la Hormiga Atómica, ¿no? -bromeó Bea.
-Estás preciosa, Triz -le dijo, suavemente.
-¡¡¡Qué bien mientes, Gonzalo!!

Gonzalo cogió el otro casco de la moto e hizo el intento de ponérselo, pero los rizos escapan por un lado y otro.
-Puedes ayudarme si quieres.
-¡Oh, perdona! -le dijo ella, procurando domar los rizos rebeldes que aún se resistían.- ¡Dios! Eres como uno de esos perros de agua, todo lanosos...

Gonzalo se detuvo un momento y la miró.
-Gracias -dijo con ironía.- La próxima vez intentaré quedar a la altura de sus cumplidos, señorita Atómica.
Bea sonrió mientras proseguía domando rizos.
-Tú puedes llamarme, Hormi -le siguió el juego.- En serio, Gonzalo, deberías plantearte hacer una visitita a la peluquería.
-Beatriz, deja mis rizos como están.
-¿Te da miedo que te pase como a Sansón y pierdas tu fuerza?
-Yo ya perdí mi fuerza y los papeles por una mujer... Y no se llama Dalila precisamente.

Beatriz se acercó a él y le dio, o al menos lo intentó, un beso en la cara, pero sus gafas chocaron con el casco y terminaron a risa limpia.
-¿Y eso? -le dijo Gonzalo.
-Porque eres un buen tío y una mejor persona, Gonzalo... Aunque haya tardado en darme cuenta.
-Bueno,... -respondió Gonzalo, sonrojándose.- Yo no te lo puse fácil tampoco.
-¿Te pones colorado? ¿Tú, Gonzalo el seductor? ¿Por un beso de Bea, la mosquita muerta?
-Sí,... aunque parezca mentira me pongo colorado cuando me miras -Gonzalo guardó silencio.- ¿Eso es la letra de una canción?
-Me temo que sí -dijo Bea, riendo.
-Anda, sube y vámonos a comer. Como sigamos así, termino cantando el Aserejé.

Gonzalo se subió en la moto y arrancó. Bea lo siguió, acomodándose en el asiento y apretándose contra Gonzalo con todas tus fuerzas.
-Triz, como te sigas apretando así y colocando la mano ahí, no vamos a tener más remedio que subir arriba y estrenar ese sofá.
-Lo siento, Gonza.
-No te disculpes, a mí me encanta, pero... Sólo quería avisarte con qué estabas jugando.

Acto seguido, la moto se puso en marcha y los dos desaparecieron.

Álvaro se quedó sentado durante media hora más. No podía creer lo que habían visto sus ojos. El jugueteo con el casco casi había terminado con él, pero cuando Bea se subió a la moto y sus brazos... ¡¡¡Dios!!! Y esa mirada que Gonza le había echado a Bea era puro... Reconocía esa mirada porque es como Beatriz lo hacía sentir todo el tiempo, cuando la tenía a su lado. Deseaba que el mundo desapareciese y sólo estuvieran ellos dos.

En realidad, lo que más le preocupaba es que él no debería estar solo en ese coche. Había venido con un propósito pero todo se había ido al traste.
Estaba tan seguro de que Beatriz le había correspondido a ese beso, tan seguro. Había sentido cómo sus labios se aferraban a los de él, cómo luchaba contra sí misma para no poner el alma en ese beso... ¿Cómo era posible?
Tal vez no se lo hubiese contado a Gonzalo, por eso su amigo se las prometía tan felices.
Pero no. Eso no era propio de Bea. Entonces, la única opción posible es que él la hubiese perdonado. Pero eso tampoco era propio de Gonzalo...
Se sintió más asustado. Si Gonzalo había cambiado hasta tal punto, tal vez su amor por Bea era real y... Y había sabido ganarse a Beatriz, su Beatriz, en pocos meses.
Su amigo no era el hombre más romántico y detallista del universo, tenía labia, pero el romance no era su fuerte. Lo suyo era conspirar, inventar, maquinar.... Pero nunca dejaba al descubierto sus verdaderos sentimientos, ni siquiera con él. Sin embargo con Bea... Con Bea todo era diferente. Recordó las palabras que le dijo en el despacho, la pasión con la que había defendido sus sentimientos, el anillo en la mano de su secretaria, ¡¡tenía una moto y él no lo sabía!! Gonzalo había cambiado. Y puede que con ese cambio le estuviese ganando la partida.

Puso en marchar el vehículo y se dirigió a su apartamento. Acababa de recordar que había quedado con su padre.

Cuando llegó a casa y abrió la puerta, su padre ya estaba dentro.
-¿Cómo has entrado?
-El portero -le aclaró.- ¿Te encuentras mal, hijo? ¿Tienes mala cara?
-No he tenido mi mejor día, papá. Así que dime, ¿qué es eso tan importante de lo que tenemos que hablar y de lo que mamá no puede enterarse?
-Tu madre lo sabe. Es más ella me lo dijo, pero... No me hubiera dejado meter baza.
-¿A qué te refieres? -le preguntó Álvaro intrigado.
-El asunto ese que corre por Bulevar sobre tu secretaria y tu...
-Papá, no te unas a mi pesadilla, por favor -le rogó.
-Sólo quiero saber si hay algo entre vosotros.
-Amo a Beatriz, papá, como pensé que no se podía amar a nadie.
-Entonces, ¿es cierto?
-Si has venido a amenazarme tú también, te diré que no me importa. Además, después de lo que acabo de ver... Es probable que haya perdido a Beatriz definitivamente.

sábado, 23 de junio de 2007

Capítulo 17: Una promesa rota

-Triz, pasa y hablamos -le pidió Gonzalo.

Ella dudó, lo que Gonzalo notó al primer instante. La miró, le acarició levemente la mejilla y le dijo con una sonrisa:
-No te preocupes. Estás completamente a salvo. Este lobo tiene intenciones absolutamente honestas, corazón.

Beatriz sabía que sólo Gonzalo podía entenderla en este instante, pero también había incumplido un pacto, el pacto que hicieron los dos una noche.
-¡No puedo más, Gonza!
-A ver, a ver... Ven aquí conmigo -dijo, tomándola de la mano y acomodándola en el sofá.
-¿Tienes sofá nuevo? -sonrió un momento.
-Si quiero seducirte -dijo bromeando- tendrá que ser en el sofá, porque es lo más lejos que me permitirás llevarte.

Bea sonrió. Sabía que podía confiar en él. Gonzalo le dio un beso en la frente y volvió a cogerla de las manos. Estaba invitándola a hablar.
-He visto a Álvaro -dijo, como si tuviese miedo de soltar cada una de las palabras.
-Eso es algo que no necesitas decirme.
-Lo siento, Gonza -se disculpó ella, malinterpretando sus palabras.
-No, cariño, si no es que me enfade. Sino porque ya lo adiviné al ver tu cara.
-Sé que tu y yo teníamos un pacto, que no volveríamos a verle a solas después de hablar con él, pero... Tenía que ir después de leer el editorial.
-Lo entiendo -dijo, en un tono más que comprensivo, lo que hizo que Bea se enfadase.
-¡No digas que lo entiendes! -casi le gritó.- ¡¡No quiero que lo entiendas, quiero que te enfades!!
-No puedo, Bea...triz -terminó recordando que ella le había pedido que tratase de no llamarla así hace mucho tiempo.- Ya contaba con esto, ¿sabes?
-¿Contabas con que yo fallase?
-Sería estúpido si pensara que no.
-¡Gonzalo! ¡Álvaro me besó! -le dijo, por fin.
-No lo culpó -dijo, algo menos calmado.- Yo también habría intentado hacerte recordar mis besos, mis caricias, nuestros momentos juntos....
-Pero ¿qué demonios te pasa? -le gritó indignada, dándole un fuerte manotazo.- ¿Por qué me dices cosas como esa?
-Soy realista, Triz. Te he visto adorarle desde el mismo momento en que pisaste Bulevar.
-Tú te juegas mucho, Gonzalo. Él es tu mejor amigo...
-No, Álvaro es más que mi amigo. Es mi hermano. Y por nuestro bien espero, que él aún me consideré como tal, porque hay cosas que le perdonarías a un hermano que jamás consentirías de un amigo...
-Podemos dejarlo. Sé que Álvaro es muy importante en tu vida.
-Sí, pero tú lo eres más. Álvaro se ha equivocado en muchas cosas, al igual que yo, y tú me has demostrado que hay cosas que no sólo se ven con los ojos, sino con el corazón, Beatriz. Me diste una segunda oportunidad y sé que Álvaro lo entenderá todo, con el tiempo.
-Gonzalo, ¿yo soy la culpable de que hables así, con el corazón?
-¡Tú, Beatriz, me has salvado! -bromeó un poco.- ¡¡Mi Santa Beatriz, Patrona de los Pichardines Arrepentidos!!
-¿De verdad crees que esto saldrá bien?
-Claro. Yo quiero seguir adelante, Triz, y si tu quieres...
-¡Me das miedo, Gonza, pero quiero!
-Entonces, ¿qué problema hay?
-Que rompí la promesa -dijo, mirando al anillo de su mano, que aún reposaba en las de Gonza.
-No importa, Beatriz, ahora estás aquí, conmigo -dijo, besándole las manos.- Y saldremos adelante.
-Si te digo algo, ¿no te enfadarás?
-Pruébame a ver -dijo Gonzalo con una sonrisa.- Pero si lo de besar a Álvaro he podido resistirlo...
-Cuando venía hacía aquí, tenía la intención de acabar con todo, pero... Ahora que hablo contigo, me doy cuenta de que hubiese sido una...
-¿Tontería? -dijo bromeando de nuevo.
-Es que, mal que me pese, y no te enfades Gonzalo -dijo haciendo una pausa.- Álvaro aún tiene cierto poder sobre mí.

Gonzalo suspiró profundamente. Claro que había contado con los daños colaterales que los encantos de Álvaro pudiesen tener sobre sus planes con Bea, pero... Oírla era algo muy distinto. Ahora sufría por los dos. Porque aún conservaba ciertos sentimientos hacia Álvaro y porque ahora entraban en conflicto con lo que sentía o empezaba a sentir por él. No debía presionarla. Sólo dejarla tomar sus propias decisiones.
-¿No estarás pensando en montarle una escenita a Álvaro? -le preguntó Bea, contrariada por el largo rato que había permanecido en silencio.
-¿Y demostrarle que nos ha afectado? ¡No, cariño! Mañana vuelves a Bulevar, con cualquier excusa y los tratas como la Gran Reina del Hielo que sé que puedes fingir ser.
-¡Ojalá yo estuviera tan segura de mí como lo estás tú!

En Bulevar, las chicas aún deliberaba. Era fuerte,¡qué fuerte! ¡Muy fuerte! descubrir que Beatriz tenía encandilados a los dos solteros más codiciados de todo Madrid.
-Cayetana está más leona que nunca -se rió Chusa.
-Pos, chica, no me extraña -le dijo Elena.- Con la tirria que le tiene a la pobre Bea y que se haya camelao no sólo al alelao del Álvaro sino que también a su compinche.
-Es que -comenzó Jimena- las mujeres de verdad tenemos nuestro encanto.
-Gonzalo y Álvaro detrás de la misma mujer -repitió Marga, sin creerlo.- Yo, a mis años, pensé que ya había visto de todo en esta revista. ¿Quién lo hubiera dicho?
-Y que esa mujer sea Bea -siguió Chusa - de quien se han burlado sin compasión día sí día también...
-Yo lo del Alvarito casi lo puedo llegar a entender -explicó Elena- porque eso de estar juntos tol día, tu sabes el roce hace el cariño, y ha sacao la cara muchas veces por él, en fin... Que del agradecimiento al amor no hay más que dos pasos. Pero el Bala perdía de Gonzalo... ¡¡Virgen de la Fuensanta!!!
-Y que parece enamorao de verdad, Elena -terminó Jimena-, porque las cosas tan bonitas que dijo sobre Bea en el despacho... ¡¡¡Vamos, que Gonzalo ha subió pa mi dieciocho peldaños de una vez y casi lo tengo en un pedestal!!!!
-Sí, es verdad -siguió Marga.- Conozco yo a este par desde hace mucho y jamás los vi discutir por una mujer o defenderla con tanta vehemencia.
-Pos a mi lo que más me preocupa -intervino Benito- es este ambiente de crispación de todos con todos porque, ¿sabéis qué?, al final lo terminamos pagando los "curritos" de toa la vida, niñas. Que de esta situación al despido general hay un sólo un paso... Y el primero de la lista... El pobre becario y sus doscientos cuarenta míseros euros.
-¡¡¡¡Benito!!! -le gritaron todas.
-¡Ay, Benito, hijo! ¡Que te gusta hacerte la sangre gorda! -le dijo Elena.- ¡Anda, vamos parriba!

Mientras tanto, Álvaro sabía dónde encontrar a Bea. Conociéndola, se sentiría tan culpable por aquel beso que no tardaría en confesárselo a Gonzalo. Y él ya contaba con eso cuando la besó. Sabía perfectamente que Gonzalo, el Gonzalo que él conocía, jamás permitiría que algo que él consideraba suyo le fuese arrebatado por otro hombre, pero tampoco podría evitar la desgana, al saber que su bien preciada e idealizada Bea lo había decepcionado.
Y él estaría abajo, en el portal, esperando para consolarla.....

viernes, 22 de junio de 2007

Capitulo 16: ¿A quién acudir?

¡No pierdas la cabeza, Beatriz!, le gritaba su cerebro.
¡Ni se te ocurra dejar de besarlo!, le decía su cuerpo.
¿Me volverá a hacer daño?, se preguntaba su corazón...

Bea estaba a punto de volverse loca. Con Álvaro allí, besándola, tocándola y todas esas voces luchando en su interior. Tenía que terminar con esto, pero... ¡¡¡¡No podía!!!
Ya que todo su ser se había revelado, el destino decidió echarle una mano y alguien intentó abrir la puerta desde fuera, clavando el pomo de la puerta en la espalda de Álvaro, que ni por esas se resistió a dejarla ir. Entonces, se oyó la voz de Cayetana llamar a Álvaro y ésta empujó con más fuerza. Separando a los dos y devolviéndolos a la realidad, no sin antes, darle tiempo a observar la escena. Con semejante triángulo en el despacho, nadie se atrevía a hablar.
-Lo siento, Álvaro, no sabía que estabas... -dijo, tratando de encontrar una palabra adecuada.-... ocupado.

Bea no dijo nada. Simplemente, se tocó los labios de nuevo, como reviviendo aquel beso y dedicó a Álvaro una mirada un tanto confusa. Después se hizo hueco entre Cayetana y la puerta y salió.
-¡Bea! -gritó Álvaro.

Pero no pudo seguirla como hubiese sido su intención. Cayetana lo retuvo. Había elegido un mal momento para entrar en el despacho y ahora quería una explicación.
-¿Qué es todo esto, Álvaro?
-Tengo que buscar a Bea, Caye, ahora no tengo tiempo...
-No -dijo, tomándolo fuertemente por el brazo.- ¡Es ahora!
-Es que no entiendo que quieres.
-Quiero que me expliques lo que acabo de presenciar.
-Es un beso, Caye, un beso por el que he rogado durante meses y tú acabas de estropearlo.
-Pero lo de tu secretaria....-dijo, sin creer lo que había visto.- ¿era real? Quiero decir, no se trataba de otra payasada tuya y de Gonzalo para engatusar a la fea.
-¡No vuelvas a llamarla así! -le gritó.
-¿En serio te has enamorado de Beatriz?
-Hasta la médula, hasta los huesos, cada poro de mi cuerpo, cada pelo de mi cabeza, cada vez que respiro... Necesito encontrarla o irá a buscar a Gonzalo y cometerá una tontería....
-¿A Gonzalo? -repitió Caye, cada vez más perdida.
-¡Mira, Caye, no tengo tiempo así que te doy la versión abreviada! Gonzalo y Bea están prometidos y si no hago algo rápido, estarán casados.

Beatriz apenas logró llegar a la puerta de Bulevar porque las chicas, que lo habían estado escuchando todo, se morían por preguntar.
-¿Cómo es eso de que te vas a casar con Gonzalo? -le preguntó directamente Chusa.
-¿Por eso se han peleado los dos gallos de Bulevar, porque están enamorados de la misma gallina y no hay sitio en el corral? -preguntó Marga.
-¡Mare mía, mare mía! -exclamó Benito.- Te doy mi sueldo de este mes si me dices que vas a hacer.
-¡Chicas... Y Benito! ¡Ahora no, ¿vale?! -se quejó Bea.- ¡Ahora no!

Y salió de Bulevar.
Necesitaba pensar. No, necesitaba no pensar. No, en realidad, no sabía qué necesitaba. Empezó a caminar y deseó poder llamar a Santi para que la aconsejase. Pero no podía. Santi siempre había estado de parte de Álvaro, incluso cuando parecía odiarlo, siempre defendió que había podido enamorarse de ella en mitad de todo ese juego.
Su padre, ni pensarlo. Carmelo no podía ser imparcial con respecto a Álvaro, el hombre que tanto daño había hecho a su niña. Además, ahora estaba feliz como una perdiz al lado de Carol y ella no quería estropearle el momento.
Las chicas del 112 estaban demasiado sorprendidas para poder ayudar, tendría que dar mil explicaciones y contestar a preguntas para las que ni siquiera ella tenía respuesta.
Su única opción se reducía a alguien de quien había llegado a depender sin apenas darse cuenta. Gonzalo.
Jamás lo hubiese pensado, pero Gonzalo era un persona en la que se podía confiar si uno se tomaba la molestia de conocerlo, aceptarlo tal y como era y él estaba dispuesto. Y para ella, Gonza siempre había estado dispuesto. Fue a buscarlo a su piso, aunque prometió no poner un pie en él hasta que hicieran de ella una mujer decente, pero... Situaciones extremas exigían decisiones extremas.
Cogió un taxi y buscó la dirección en su agenda.

Mientras tanto, Álvaro trataba de lidiar con Cayetana, que no parecía haberse tomado muy bien la noticia de su enamoramiento. ¿Por qué todo el mundo se sorprendía tanto?
-¡¡¡Enamorado de la fea!!! ¡¡¡¡Álvaro, por amor de Dios!!!
-¡Te-he-dicho-que-dejes-de-llamarla-así! Amo a Beatriz, la amo, Caye y no me importa lo que diga nadie, ni lo que piensen, ni si le parece bien o mal. Yo sólo quiero que Bea me perdone. Y voy a conseguirlo, así tenga que entregarle Bulevar en bandeja de plata.
-¡Tú estás loco, Álvaro, loco! ¡¡¡¡Y Gonzalo, no digamos!!!! Pero ¿qué demonios ha hecho esa insulsa y repelente secretariucha de tres al cuarto para engatusaros a los dos y engañaros como a chinos?
-Si necesito explicártelo, Caye, es que nunca has estado enamorada. Ya he perdido un tiempo precioso contigo, así que si me disculpas, voy a recuperar al amor de mi vida y, si puedo, salvar la amistad con mi hermano de sangre.

Álvaro corrió escaleras abajo y en el camino se tropezó con Richard, dejando caer su abanico color rojo carruaje.
-¡Niño! ¡Osú, qué prisas! ¡Alá, palante, ni perdón, ni ná!

Cayetana salió en ese momento con cara de susto del despacho de Álvaro.
-¡Caye, hija, qué ta pasao! ¡Que vistes un fantasma o es que Bárbara ta vuelto a sisar de la tarjeta!
-¡Álvaro acaba de decirme que va a recuperar al amor de su vida!
-Entonces, ¿lo de Beatriz?
-Completamente cierto.
-¡No puede ser! ¡Eso es imposible! Él que siempre ha tenio tanto gusto pa elegir a las mujeres -dijo, al tiempo que Caye le lanzaba una mirada furibunda- Y, perdóname, Caye, pero es verdad. La Olsen, la Modigliani, Yuma,... ¿Y ahora Beatriz?
-Pues siéntate -le dijo a Richard, obligándolo a sentarse en la silla de Santi-, porque, cuando te diga esto, tal vez te quedes tan blanco como yo.
-A ver, qué ha hecho ahora Bárbara.
-No, es Bárbara. Es Gonzalo. Al parecer, le ha pedido a Bea que se case con ella.
-¡¡¡¡¡QUÉ!!!! -gritó Richard, con todas sus fuerzas.- Eso no puede ser.
-¡Es! Con anillo y todo. Acerté a vislumbrar algo cuando los pillé besándose en el despacho y no es nada barato.
-¿Gonzalito y Bea en el despacho de Álvaro?
-No. Álvaro y Bea en el despacho, besándose y el anillo de Gonzalo en su dedo.
-Creo que voy a necesitá un croqui pa to esto, Caye, porque no sé si Gonzalo le ha pedido a Álvaro que se case con el y te ha besado en el despacho, o soy yo el que se casa contigo y me beso con Al despacho.
-A ver, Richard, Gonza y Bea están prometidos. He visto el anillo. Y Álvaro está intentando recuperarla, por eso el editorial y el penar por las esquinas de Bulevar.
-¡¡¡Vaya con la fea!!!
- Y tú, diciéndome que toda esa pena era por mí -le dijo enfadada.
-¡¡¡El mundo debe haberse vuelto loco!!! -exclamó Richard.- ¿Y cómo era?
-¿El beso?
-No, el anillo, niña, el anillo que yo pa horrores ya tengo las pelis de miedo.

Estando a la puerta del piso de Gonzalo, empezaron a flaquearle las fuerzas. Tal vez no era buena idea. Después de todo, era Gonzalo.
Estaba decidiendo si llamar o no, cuando la puerta se abrió dándole un susto de muerte. Era Gonzalo.
-¡Bea!
-Gonzalo, he hecho algo horrible.
-Estás blanca, mi vida. Entra y te prepararé algo para reanimarte.
-He roto la promesa, Gonzalo.
-¿La promesa? ¿Qué promesa, Triz? ¡No entiendo nada!

jueves, 21 de junio de 2007

Capitulo 15: Los efectos de un despacho

No sabía por qué lo había hecho, pero lo cierto era que necesitaba entrar allí y comprobar si aún tenía el mismo efecto. Lamentablemente, nada había cambiado. Allí seguían sus cosas, las pocas que había dejado tras su marcha de Bulevar. La maraca que dejó conscientemente para no recordar a Álvaro cada vez que la viese, su lapicero lleno de bolis inservibles y clips deformados, los post-its pegados en el mismo sitio donde ella los colocó... Era como si alguien se hubiera ocupado a conciencia de mantener todo intacto, en su lugar.
-¡Sí qué son resistentes esas notas adhesivas! -bromeó para evitar seguir pensando y obviar la intensa mirada de Álvaro sobre ella.- ¡Nueve meses y ahí siguen!
- Los cogí con celo para que no se perdiesen -se justificó.
-¡Álvaro! Sólo son notas sin importancia...
-Para mí sí que la tienen. Tú las escribiste. Tienen algo de tí. Todo lo que hay en esta habitación tiene algo de ti.
-¿De verdad me echas de menos?
-Beatriz, ¿cómo puedes preguntarme algo así?
-Puedo, porque dudo -dijo con firmeza.- Álvaro, admito que lo del editorial me dejó completamente fuera de juego y que es la razón por la que hoy vine a verte, pero...
Tú siempre has sido hombre de grandes gestos que estaban absolutamente vacíos de sentimiento.
-¿Qué quieres decir? -preguntó Álvaro, temiendo que esta conversación daría al traste con sus planes para ese momento y lugar.
-El reloj de Reyes, la cena de San Valentín, el almuerzo en tu casa cuando fingiste estar enfermo... Yo los creía sinceras muestras de tu amor por mí, pero... No eran más que pequeñas representaciones para un sólo espectador.
-Beatriz -quiso interrumpirla, antes de que se enfadara de verdad.
-¡No, Álvaro! Déjame hablar. Es a lo que he venido.
-De acuerdo -dijo, aunque no tenía ganas de hablar de eso. Sólo de besarla. No sabía por qué, pero verla enfadada acrecentaba sus ganas de besarla sin parar, sin control, sin medida.... Pero tendría que dejarlo para otro momento. Bea quería que la escuchase, y aunque no le gustase lo que iba a oír, tendría que intentarlo.
-¿Tú has visto esa película.... -dudó, porque no recordaba el título.- ¡El show de Truman!
-Con Jim Carrey, sí -dijo, sin saber muy bien a dónde se dirigía aquella conversación.
-Pues así es cómo me sentí yo. Como si todos estuvieseis en complot para representar esta estúpida historia de amor sin sentido para la tonta de la secretaria.
-¿Y Gonzalo? -le reprochó, dolido, aunque sabía que no era la mejor manera de llegar a su corazón.- ¡No te olvides de él, Bea! Porque si yo soy el actor principal, es el alma mater de toda esta historia.
-Gonzalo y mi relación con él no son asunto tuyo.
-¡Ahí te equivocas, Bea! -casi le gritó.- Llevas su anillo y eso te aleja de mí, de lo que sientes por mí.
-Yo ya no siento nada por ti -le dijo con convicción, aunque no estaba segura de sus propias palabras.
-Sabes, tan bien como yo, que mientes. Nunca has podido ocultar tus sentimientos, Bea. Puede que tus labios pronuncien un no o decidan guardar silencio, pero tus ojos... Tus ojos, Mi Beatriz, son pregoneros de todo lo que siente tu corazón.

Beatriz tuvo que guardar silencio durante un segundo. Puede que Álvaro no fuese el hombre más avispado del universo, pero no había duda de que había llegado a conocerla realmente bien.
-Tú no sabes nada de mi corazón -le dijo finalmente.
-Beatriz, te adoro. Adoro cuando mientes porque te sonrojas como una niña a la que han pillado en mitad de una travesura.

Y Bea podía sentir que era cierto. Sentía que sus mejillas ardían. No era extraño que Álvaro hubiese notado que mentía. Jamás pudo hacerlo, ni de palabra ni de corazón.
-No debí venir -dijo, sintiendo de pronto que se había metido en la boca del lobo. Intentó dirigirse hacia la puerta, pero Álvaro le cerró el paso, colocándose de un sólo movimiento delante de la puerta. La cerró y se apoyó contra ella.
-¡No te vayas, por favor!
-¡Déjame pasar, Álvaro! -casi le ordenó, aunque tenía claro que no iba a ser tan fácil de convencer.
-¡Te quiero, Beatriz, no me dejes! -le gritó.
-¡Alvaro, voy a march...! - Y la besó.

Primero fue un beso urgente, anhelado, como quien está sediento después de recorrer mil desiertos; pero, al comprobar que ella no oponía resistencia, bajó el ritmo y la besó lenta y suavemente, saboreando ese instante, disfrutando del contacto no sólo de sus labios, sino del resto de su cuerpo. Un instante que había estado esperando hacía mucho y que creyó que no se repetiría jamás.

La cabeza de Bea daba vueltas. Estaba perdida en ese mar de suspiros, besos, caricias... "¿Qué estás haciendo?" le gritaba su cabeza.
Lo intentaba y lo intentaba, pero no podía poner fin a ese beso. Era como si cada vez que ella se proponía alejarse de él, Álvaro la besara con más ansiedad, más pasión y le pidiese con ese beso que se quedase sólo un poco más...

Capitulo 14: Una conversación pendiente

Gonzalo salió de Bulevar sin tropezarse con nadie más y con una sola idea en la cabeza. Ir a ver a Bea. Necesitaba hablar con ella y asegurarse de que el editorial no había cambiado nada de sus planes. No estaba muy seguro de la reacción que había tenido en ella el gesto de Álvaro. Se habían querido tanto, era una amor tan profundo, que tal vez era demasiada la competencia.

Por su parte, Beatriz entró por las puertas de Bulevar apenas unos minutos después de que Gonzalo saliese. Bárbara estaba sentada ya en la recepción y las chicas habían tomado asiento en la cafetería para comentar la sonada discusión entre Gonzalo y Álvaro, cuando la vieron pasar de largo.
-¡Eh, tú, bicho! -le gritó Bárbara cuando Bea casi entraba en el ascensor.- ¿Se puede saber a dónde vas?
-A ver a Álvaro, Bárbara. Te advierto que no estoy para soportar tus tonterías ahora mismo.
-¡¡¡No me puedo creer que tengas la cara dura de presentarte aquí después de lo del editorial!!!
-Estoy aquí por eso precisamente.
-Al debe estar perdiendo la cabeza para escribir algo así y dedicado a ti -le dijo, arrugando la nariz como si estuviera oliendo una caca de caballo.
-Ya te lo dije una vez, Bárbara: La suerte de la fea....

Acto seguido entró en el ascensor.
Las chicas salieron de la cafetería corriendo escaleras arriba.
- Comentaremos la jugada después, nenas, esto se pone interesante -dijo Elena, que iba en cabeza.
-Desde luego, esta empresa es la monda -se rió Jimena.- Aquí no hay quién se aburra.
-¡¡¡Ssssh!!!! ¡¡Callaos, ahí llega Bea!! -advirtió Benito.
-¡Directa al despacho de Álvaro! -exclamó Chusa.- ¡Dios, mataría por ser el maniquí de Álvaro en estos momentos!
-¡Toma y yo! -exclamó Elena.

Beatriz llamó a la puerta del despacho con cuidado, casi con miedo. Tenía que encontrar las fuerzas suficientes para decirle a Álvaro lo que había venido a decir y salir con él corazón intacto. Pero, por el modo en que le temblaba la mano con sólo girar el pomo de la puerta, supo que eso iba a ser poquito menos que imposible.
-Álvaro, ¿puedo pasar?
-¡Beatriz! -exclamó mientras una de esas sonrisas cegadoras estallaba en su cara al verla.
-Necesito que hablemos de esto -dijo, mostrándole el editorial.
-Sabía que eso te haría reaccionar, Bea. ¿Te ha gustado?
-¿Gustarme, Álvaro? -repitió, intentando ocultar la emoción que aquello le había provocado.- Es lo más bonito que alguien ha hecho por mí.

Álvaro se acercó a ella y la tomó de la mano para llevarla hasta el sofá. Se sentaron los dos, pero una vez allí, él no soltó su mano. Bea comenzaba a sentir ese calorcillo tan familiar que sólo sentía cuando estaba con él.... ¡Esto estaba saliendo mal!
-Álvaro...
-Bea... -se llamaron los dos a la vez.- Tú primero.
-Sí, casi lo prefiero. Yo.... Yo tengo que admitir que me sentí muy... que me has llegado al corazón como nunca antes lo hiciste, pero..
-No me pongas peros, Bea -dice Álvaro.- Yo sólo quería que supieras que no he dejado de pensar en ti ni un solo minuto, que quiero estar contigo y que no me importa lo que tenga que hacer para recuperarte -siguió sin dejar de juguetear con su mano.
-Álvaro... ¡¡¡Esto no es buena idea!!! -se quejó ella, aunque su mente y su corazón decían una cosa, su cuerpo reaccionaba de otra muy distinta. Tener a Álvaro junto a ella, tocándola, aunque sólo fuera el roce de sus manos... La hacía perder el contacto con la realidad. El roce de sus manos la transportaban sin querer a esa noche en el cobertizo, cuando Álvaro la amaba, cuando se pertenecían el uno al otro y el mundo era perfecto.
-Sé que aún me quieres, Bea. Puedo sentirlo, lo siento incluso cuando no estás conmigo.
-Yo.... Álvaro, yo necesito que me escuches un momento.

De pronto, él la miró a los ojos, le besó la mano y le dedicó una sonrisa. ¡¡¡Dios!!!, pensó Bea, esa sonrisa podría desarmar ejércitos..... Le estaba prestando atención, iba a escucharla.
-Te quiero, Álvaro, eres el amor de mi vida y lo sabes. No puedo ocultarlo, pero no puedo confiar en ti. Sinceramente, no puedo creer todas esas preciosas palabras, cómo hacerlo cuando ya las escuché una vez y resultaron ser sólo un juego.
-¡Porque ahora son verdad, Beatriz! Porque mi vida ya no tiene sentido a menos que tú estés en ella -le dijo con desesperación.- ¡Te lo he dicho mil veces y te lo diré otras mil más, te lo diré cada mañana al despertar y cada noche antes de dormir durante los próximos noventa o cien años, lo haré escribir en el cielo, lo mandaré a la luna,... ¡Haré lo que tú me pidas que haga!.
-¿De verdad?
-Sí, Bea, en esta vida sólo me importas tú.
-Déjame ser feliz, Álvaro. Déjame olvidarte -dijo, intentando levantarse.
-¿Con Gonzalo?
-Para el caso, es igual, Álvaro.
-Pero, Bea, y todo lo que hemos vivido, todo este amor que... nos tenemos -dijo, eligiendo cuidadosamente el presente, porque a pesar de su resistencia, sabía que Bea lo amaba. Su mano estaba temblando entre las suyas, sus ojos, esos ojos verdes, evitaban los de Álvaro y la distancia física entre ellos, aunque mínima, era como un abismo al que se quería lanzar.
Álvaro lo pensó muy bien. Dudaba de sus propias ideas, hasta ahora no había tenido demasiadas que fuesen tan brillantes como para deslumbrarla.

Miró su mano de nuevo y, observó algo a lo que no le había prestado atención antes. El anillo de compromiso.
-Ese anillo es como tú. Simple, brillante y precioso.
-Álvaro, no hagas esto más difícil de lo que ya es.
-Yo... yo no hice nada bien. Ni siquiera supe pedirte en matrimonio como es debido. La primera vez, en casa de tu padre, fue un acto desesperado para retenerte...
-Hasta donde yo sé la segunda también podría considerarse así -dijo, con media sonrisa, mientras sus ojos se dirigían hacia su antiguo despacho.
-Pero... Esa vez lo hacía por amor, Bea, no lo sabía pero lo hacía porque temía perderte.
-¿Puedo? -dijo, señalando con la cabeza el despacho, e intentando cambiar la conversación antes de que sus fuerzas comenzasen a flaquear de nuevo.
Álvaro miró hacia el despacho y la llevó hasta allí sin soltarle la mano. Entraron en el despacho y a Bea le recorrió un extraño hormigueo por el cuerpo.

De repente se dio cuenta que entrar en ese despacho no había sido muy buena idea.

Capitulo 13: Bea y los hermanos de sangre

Bea no sabía muy bien qué hacer, ni qué sentir. La verdad es que siendo sincera consigo misma el editorial de Álvaro le había llegado al alma. No sólo por las palabras en sí, sino por el esfuerzo que sabía le habían costado. Primero, reconocer sus sentimientos y, después, ponerlos por escrito y lanzarlos al mundo.... Especialmente cuando su historia de amor se desarrolló en el más absoluto de los secretos.

Álvaro era apocado, inseguro, falto de ímpetu, con fachada de líder pero corazón pacífico, dulce y tierno cuando se lo permitían y te miraba de una forma en la que sabías que te hablaba con los ojos. Y los ojos de Álvaro decían Te quiero con toda el alma cada vez que la miraban a ella. Aunque ella jamás lo admitiese delante de él.

En cambio, Gonzalo... Gonzalo engañaba a primera vista. Su porte de donjuán, su sonrisa picarona y esa manía de no hablar nunca completamente en serio le dan la imagen de un ser frívolo, carente de valores y que no buscaba otra cosa más que su propia satisfacción personal. Gonzalo era más que eso. Escondía tanto que el día que decidiese sacarlo a la luz, alguna encantadora señorita maldeciría no haber aprovechado la ocasión cuando estuvo a tiempo.

Álvaro le había mentido y mucho durante su relación, pero a quién más engañó fue a sí mismo. Porque la amaba, tal vez antes incluso de esa noche del cobertizo, tal vez antes de ese beso robado en el ascensor... En el viaje a Oropesa, cuando paseaban por la playa (ahora se sentía como una tonta por recordarlo como algo especial), cuando su mano se unió a la de Álvaro; o ante la Boca de la Veritá, cuando él le dijo que era la mujer más importante de su vida (claro que, en ese momento, las razones eran otras)...

¡Álvaro!
¿Cuándo su mente dejaría de provocar un estremecimiento general con sólo pronunciar ese nombre? ¿Podría una sola persona recordarte el momento más hermoso y el más horrible de tu vida?
Ella era la prueba evidente de que sí.

Ahora le tocaba hacer frente a la situación, luchar juntos, le había dicho Gonzalo. Somos un equipo y tenemos un objetivo. Pero esa carta le había hecho ver que, quizás, ella no tenía su objetivo tan claro como pensó en un primer momento.
Tenía que hablar con Álvaro. Tenía que poner muchas cosas en claro. Tal vez incluso hablar con los dos a la vez, para evitar que una amistad como aquella, lleno de afecto fraternal, se rompiese por su causa.
Si había llegado a conocer un poco a Gonzalo, y daba por seguro que sí, ahora estaría en Bulevar recriminándole a Álvaro algo que, de tratarse del mismo juego de siempre, el de engañar a la boba de Bea le hubiese parecido un acierto total. Pero claro, ahora jugaba en campo contrario y necesitaba echar balones fuera.
En realidad, no temía por Gonzalo. Por muy enfadado que estuviese, jamás le pondría un dedo encima a Álvaro, lo adoraba... Tanto, que esta situación lo estaba matando por dentro.
Pero Álvaro era de los de "actúa primero y piensa después". Simplemente se dejaba llevar. Por eso tenía que ir a Bulevar.

En Bulevar, las cosas no pintaban bien. Álvaro provocaba a Gonzalo para que tuvieran un enfrentamiento. A pesar de que su amigo lo tenía cogido por el cuello de la camisa y estaba prácticamente arrinconado, Gonzalo le dijo con toda calma:
-¡No voy a pegarme contigo, Álvaro! Así me partas la cabeza, no te pondré un sólo dedo encima. ¡Lo entiendes! Así que grita, zarandéame o insúltame cuanto te de la gana...
-¡No te comprendo! ¿Es que no estás furioso?
-Lo estoy y, aunque ahora mismo desearía romperte esa cara de bobo, no voy a hacerlo.
-¿Por qué?
-Porque sólo tardaría medio segundo en arrepentirme de haberlo hecho. Eres mi hermano, Álvaro, mi hermano de sangre, ¿recuerdas ese juramento?
-¡No quiero recordar! Quiero odiarte, Gonzalo, y para conseguirlo, necesito que me pegues.
-Ya te he dicho que no, así que... O me pegas de una vez o me sueltas la camisa que me la vas a hacer polvo, macho.
-Yo tampoco puedo pegarte -dijo, soltándolo después de un rato.- Pero ya no podemos ser hermanos, Gonzalo, no cuando no puedo confiar en tí. Me arrebataste a Bea.
-De acuerdo. En ese caso, me marcho -dijo, recomponiendo su camisa algo arrugada.- Sólo una cosa más: yo no te arrebaté a Bea, tú la perdiste. No se recupera al amor de tu vida sentado desde la silla de un despacho, sino buscando hasta encontrar; insistiendo hasta triunfar y triunfar siendo feliz, Álvaro.
-¿Fue lo que tú hiciste?

Gonzalo salió por la puerta del despacho, sorprendiendo a las chicas en plena sesión de escuchas ilegales.
-¡¡¡Buenaaas taaaardes!!! -las saludó en tono jocoso.- ¡Que os aproveche el cotilleo!
Lo vieron entrar en el ascensor y Jimena suspiró.
-Jamás voy a superar este momento. Nunca volveré a ver a Gonzalo de la misma forma. ¡¡¡Uhmmmm, qué hombre!!!
-¡¡¡Jimena!!! -gritaron a coro.

miércoles, 20 de junio de 2007

Capitulo 12: Gonzalo también siente

-Beatriz, ¿qué te ocurre? -le preguntó Gonzalo, al verla pálida repente.
-Gonz...Gonzalo, yo... yo necesito sentarme. ¡Ahora! -dijo, prácticamente desplomándose.
-¡Beatriz! -gritó Gonzalo, lanzándose a cogerla.
-¡Aire, me falta aire, Gonza!
-¡Camarero! -gritó. Y comenzó a abanicarle con la revista.

Pasado el susto inicial, Beatriz le acercó el editorial. Gonzalo leyó despacio. Tenía que reconocer que su amigo sabía jugar sus cartas.
Acompañó a Bea al hotel y, tras comprobar que estaba bien instalada, se marchó a Bulevar.

Entró en la recepción como una apisonadora. Ignoró a todos cuantos le se saludaban a su paso y se dirigió directamente a Bárbara. Llevaba un ejemplar de Bulevar en la mano.
-¡Dile a Álvaro que voy subiendo! -le gritó.
-Pero yo no soy su.... -no le dio tiempo a tiempo.
-¡¡¡Haz la maldita llamada, Bárbara!!!
-¡¡¡¡Pero, bueno!!!! ¿Es que es el año de "Ataquen a la recepcionista"? Con stress no se puede trabajar... Mis poros sufren.

Hacía rato que Gonzalo ya había subido.
Entró en el ascensor y, mientras subía, volvió a hojear el editorial. ¡No se lo podía creer! Pero, si Álvaro no era capaz ni de.... ¿Cómo había podido escribir eso? ¿Seguro que no era suyo?
Las puertas del ascensor se abrieron y todas las chicas del 112 se quedaron mirando.
Gonzalo no dijo nada. Simplemente entró en el despacho de Álvaro y dio un portazo.
-¿Me quieres explicar que es esto? -le gritó, mostrando la revista abierta por la página en cuestión.
-Parece un editorial -contestó Álvaro con toda la calma.- Tú deberías reconocer uno, Gonzalo, no hace mucho trabajas aquí.
-¡Álvaro, no me torees, no me torees! ¿A qué viene esto?
-Está claro lo que dice. Creo que no necesita más explicación.
-¡Yo la necesito! Beatriz es la mujer con la que voy a casarme.
-No, si yo puedo evitarlo. Gonzalo, amo a Beatriz con todas las fuerzas de las que soy capaz, tú deberías saberlo mejor que nadie. Así que perdóname si doy un poco de batalla antes de perderla definitivamente.
-¡No te das cuenta, ¿verdad?! Eres un punto y aparte en su vida, Álvaro, un capitulo cerrado.
-Pues, Bea jamás será capitulo cerrado para mí -Álvaro se entristeció de repente.- Gonzalo, de todos los hombres en el mundo, ¿por qué tú? ¡No lo entiendo! Yo me habría resistido con todas mis fuerzas antes de ponerle un dedo encima a la mujer de la que estuvieras enamorado.
-¿Crees que no lo intente? ¿Crees que esto es fácil para mí?
-Debe serlo. Tardaste apenas seis meses en convencerla y todavía tienes la desfachatez de presentarte aquí a pedirme explicaciones.

A estas alturas, las chicas del 112 ya tenían más que pegado el oído a la puerta del despacho y, por supuesto, estaban alucinando de todo lo que estaban oyendo.
-¡¡¡Gonzalo!!!! -casi gritó Elena.
-Pero, ¿qué le pasa a Beatriz? -se ofuscó Jimena.- No hay color entre Álvaro y Gonzalo.
-¡O a lo mejor, sí, nena! ¿Recodáis lo del "pequeño problemilla de Álvaro" con su pistolita? -sugirió Chusa.
-¡¡¡María Jesús!!! -exclamó Benito.

En el despacho, la discusión subió de tono. Álvaro comenzaba a impacientarse al ver a Gonzalo hablar de Beatriz como algo suyo. Parecía que realmente la amase.
-Gonzalo, deja de hablar de Beatriz en esos términos, porque no quiero escucharte.
-Pues, lo siento. Lo vas a oír. Yo te escuché clamar y declamar tu amor por Beatriz, pero... Nunca fuiste sincero contigo mismo. Te avergonzabas de ella, Álvaro. Si no, hubieras gritado a los cuatro vientos cuanto la amabas sin importarte lo que pudieran pensar los demás.
-Te olvidas quién fue el artífice de todo, Gonzalo. Tú. Tú me obligaste a.... -Álvaro sabía que sonaba a pobre excusa.
-¿A qué, Álvaro? ¿A engañarla, a engatusarla de nuevo? -se adelantó Gonzalo.- Si tus sentimientos hubiesen sido sólo la mitad de profundos de lo que asegurabas, poco te hubiera importado lo que yo tuviese que decir al respecto. Pero, no. Tú lo querías todo, ¿verdad? La chica perfecta, la empresa perfecta, el amigo perfecto....Al final, lo has perdido todo y estás aquí, solo.
>>Fui a buscarla, Álvaro. Y fui por tí. Quería convencerla para que al final volviese contigo, pero... Algo pasó en el camino. Y lo que empezó siendo un cúmulo de buenas intenciones se ha convertido en amor. Al principio,.... Sinceramente, al principio mi reacción fue muy parecida a la tuya. Incredulidad. Más tarde,... Bueno, me parecía algo tan irrealizable porque ella estaba enamorada de tí, de mi mejor amigo, de mi hermano... ¿Cómo iba yo a...? Pero de pronto una sonrisa aquí, un detalle allá y... Álvaro, puedo imaginarme cuánto te duele perderla porque yo no imagino mi vida sin ella.
-¡Déjalo, Gonzalo, no sigas!
-¡NO! -gritó Gonzalo.- Si voy a perder tu amistad, quiero que sepas que no es por algo banal, Álvaro. Juro que me arrancaría el corazón para no sentir lo que siento, pero... -Gonzalo está al borde de las lágrimas.- ¡¡No lo puedo evitar, Álvaro!!! Y ella me quiere.
-¡No quiero oírte! -dijo, lanzándose hecho una furia sobre él y cogiéndolo por el cuello.- ¡No me importa lo que sientas, no me importa lo que digas, no me importa que lo lamentes, no me importa que no hayas podido evitarlo! ¡Voy a recuperar a Beatriz, la voy a recuperar o dejo de llamarme Álvaro Aguilar!

martes, 19 de junio de 2007

Capitulo 11: Se publica el editorial


-Diego de la Vega en mi despacho una vez más, porque... -dijo, comprobando la placa de su puerta.- Éste sigue siendo mi despacho, ¿verdad?
-A juzgar por el tiempo que pasas aquí, no.
-A ver, a ver -vuelve a mirar la placa.- ¿Pone aquí Diego de la Vega, el funébre embargador? ¡Oh, no! ¡Vaya sorpresa! Pone "Álvaro Aguilar". Lo que quiere decir... -dijo, elevando su tono de voz de repente.- ¡Diego, levanta tu enlutado culo de mi silla! ¡Ahora!
-Alvarito, Alvarito, por tu modo de hablar se diría que eres el director de esta empresa... Y te recuerdo que eso es ahora tarea de tu chacha.
-Me he propuesto ser amable contigo, Diego, así que... Por favor, levántate y lárgate a deprimir a otro.
-He venido a proponerte algo.
-Nada de lo que tú me propongas puede interesarme.
-¿Qué te pasa? No sabes pensar solito, sin la buena de Beatriz a tu lado.
-Diego, por favor, déjame trabajar.
-¿Echas de menos a la mejor parte de ti?
-Por primera vez en tu vida, voy a darte la razón en algo. Beatriz era lo mejor de mi vida.

En ese momento, entra Sonsoles en el despacho.
-Álvaro... -se interrumpió al ver a Diego.
-¡Y ahora la chacha! -gritó Diego, como si fuese el presentador de un circo de tres pistas.
-Señora Directora Chacha, Dieguito, y cuidado no juegues conmigo, neng, que a mala leche no me ganas ni soñando.
-¡Uy, qué miedo! -se burló Diego.- Cuando yo lleve esta empresa...
-¡Mira que es cansino el tío, eh! -le dijo Sonsoles a Álvaro.- Tol día deambulando por Bulevar como un espíritu errante, uno maligno, claro está con su -pone voz grave e imita a Frankenstein con los brazos estirados- "Te vooooooy a embargaaaaaaaaaar, no impoooorta lo que me cuesteeeeeeee. Yo dirigiré Bulevaaaaaaar"

A Álvaro le da la risa, no sólo por ver a Sonsoles, sino por la cara de Diego.
-Cambia el repertorio, hijo, que es que está mu visto ya. ¡¡Fíjate que yo te imagino con camisa de esa de cuellos enormes y cantándote algo de los Chichos, mira tú que puntos me dan a mí.
-Ríete, Sonsoles, ahora que puedes... -amenazó Diego.
-Mira, Diego, hijo, desengomínate y canta conmigo: "Porque todo lo que embargas tú/ Son ilusiones/ No Bulevar/ Son ilusiones/Vete de aquí/Son ilusioneeeeeees -le canta, palmea y baila Sonsoles.
-¡Panda de payasos descerebrados! -exclama Diego furioso y se va dando un portazo.
-¡¡Anda, tira y no se te olvide cerrar al salir!!! -Sonsoles se ríe a carcajada limpia.

Aún ríe cuando se sienta frente a Álvaro.
-¿No crees que te has pasado un poco con él?
-¿Con Diego? ¡¡¡¡Jamás!!!! Es que le veo esa cara de avinagrao y ese pelo to tieso y es... como un acto reflejo. Tengo que cabrearlo. Va tan justito de sentido del humoooor...
-¿Y tú viniste para....?
-¡Uy, pos no que se maolvidao! -exclama Sonsoles.- ¡Ah, sí! ¿Sabemos algo de la parejita?
-No, de momento, no... -dijo Álvaro con una sonrisa.- Pero sabremos.
-Y tú, ¿por qué estás tan sonriente y tan misterioso si hasta ayer andabas por los rincones llorando por haber perdido al amor de tu vida?
-Lo descubrirás, Sonsoles, y antes de lo que imaginas.
-¡Los hombres sois mu raros! ¡Y en Bulevar más!

Por primera vez desde la marcha de Bea, Álvaro pudo dormir tranquilo. Estaba en el camino, había dado el primer paso. Iba a recuperar a Bea.

Días más tarde, las chicas estaban en la cafetería de Bulevar desayunando y poniéndose al tanto de la prensa rosa.
-Chicas, ya hemos releído eso una y otra vez -propuso Jimena.- ¿Por qué no vemos el catálogo de bañadores de Century Men?
-¡Ay, nena, es que tienes ese catálogo mu sobao! -se quejó Elena.- ¡Fíjate si es así, que al maromo de la portada se lan borrao los pelillos del sobaco!
-Pero, ¿qué dices, Elena? Los hombres del siglo XXI vienen con el depilao de serie -la corrigió Chusa.
-Y, hablando de hombres del siglo XXI -siguió Elena.- Niñas, tal vez podríamos echarle una manilla a Álvaro con lo de Bea. Es que me da una lastimica el pobre.
-¡Ay, sí! -suspiró Jimena, poniendo cara de boba.- Se le veía tan mono, ahí con sus sentimientos y sus cositas por Bea...
-No creo que la necesite, chicas -dijo Benito.- Mirad el editorial del nuevo número de Bulevar.

Todas le arrancaron prácticamente la revista de las manos y gritaron a coro:
-¡¡¡Es Bea!!!
-Pues, cuando leais,... -dijo Benito, con las lágrimas saltadas, levantándose.- Chicas, me voy al baño que no quiero que me veáis así.

Al otro lado de Madrid, en una cafetería de una céntrica plaza, Gonzalo también desayunaba acompañado de Bea, que se había acercado a comprar la prensa financiera. Junto a los periódicos de rigor como Cinco Días o Mi cartera de inversión encontró el nuevo número de Bulevar.
En la portada estaba la nueva sensación francesa, mujer de verdad y nuevo fichaje en exclusiva de Bulevar: Dedette Dusson.
Últimamente, Bulevar no utilizaba a modelos en sus portadas, sino a mujeres de bandera y Dedette era toda una pionera. Se había convertido en la nueva Road Manager de la Gira "Papito" de Miguel Bosé.
Al mirar más detenidamente la portada, observó que en una esquina, casi escondida, aparecía su foto. Y bajo ella, el siguiente titular: "Especial Editorial: Se respira amor en Bulevar".
Pagó las revistas y los periodicos y caminó hasta la mesa donde Gonzalo la esperaba. Buscó el editorial. Página 3. Vio su foto a todo color y entonces comenzó a leer.
Para cuando llegó a la mesa, ya estaba completamente absorta. Gonzalo le hablaba y no acertaba a articular palabra.
Eran sus palabras, las de Álvaro. No sólo se había admitido a sí mismo lo que sentía por ella, sino que lo compartía con los millones de lectores de Bulevar.
Ella había deseado tanto que llegase ese momento, que él dejase de esconder su amor por ella, y elegía precisamente ese instante para hacerlo...

Capítulo 10: Cayetana, enemigo a batir

Cayetana releyó varias veces el contenido del artículo para asegurarse de que estaba realmente leyendo lo que leía.
-¿Esto es una broma, Álvaro?
-No, no es ninguna broma, Caye. Necesito que lo cueles en el próximo número.
-¿Quieres que publique un editorial en el que te declaras a tu secretaria?´-le preguntó Cayetana.- ¡Estás mal, Álvaro, muy mal!
-Caye, si algo te importo, haz esto por mí.
-Pero si publico esto, cosa que no voy a hacer porque me parece una soberana mamarrachada, todo el mundo lo sabrá.
-Ésa es la idea.
-¡No puedo hacerlo!
-¿Por qué? -casi le grita, desesperado.
-Primero, porque el número se cierra hoy mismo; segundo, porque el editorial lo escribe el director, es decir, Sonsoles; o en su defecto, la directora de contenidos, que soy yo. Y, por último, no pienso publicar semejante sarta de estupideces para calmar tu ego y encima hacerte de alcahueta con tu secretaria -le soltó de golpe y sin apenas respirar.
-La amo.
-Pero, ¿qué dices? -rió Cayetana con desgana.- Definitivamente has perdido el norte, Alvarito.
-Juro que es verdad, Caye. Cada una de las palabras que....
-No pienso seguir escuchando -Cayetana se gira para tirar el artículo a la papelera, pero él la toma por el brazo y la detiene.
-¿Recuerdas todos esos reproches que me hacías sobre tus sentimientos, sobre lo de sentirte amada, la necesidad constante de las miradas del otro, de desesperarse por una sonrisa... -Álvaro se interrumpe para comprobar si sus palabras tienen el efecto deseado.- Pues, yo siento eso...
-Por Beatriz -termina ella, echándole un último vistazo a la carpeta.
-Sí. Tú sabes lo qué es ese dolor infinito en el pecho, Caye... Lo sabes porque yo nunca te amé como te merecías.
-No sigas, Álvaro.
-Si hubieses tenido al alcance de tu mano la oportunidad de recuperar al amor de tu vida, aunque ello significase enfrentarte a todo y a todos... ¿No lo habrías hecho?
-Sí -admitió, dedicándole a Álvaro una larga mirada. Estaba bajando la guardia.- De todas formas, no veo qué diferencia hay entre tu historia y la mía. Ya la has perdido.
-Aún tengo esperanzas, Caye. Y una de ellas eres tú.
-Es irónica la vida. Para que conserves tus esperanzas, yo debo renunciar a las mías porque, cuando publique esto, tanto si acepta como si no, te habré perdido para siempre.
-¿Cuándo lo publiques? Eso quiere decir que.... -comenzó Álvaro.

Se acercó a Cayetana, la abrazó y le dio un beso en la frente
-Acabas de hacerme el hombre más feliz de la Tierra.
-Por una vez, al menos, te haré tan feliz como mereces.
-Caye... No tengo palabras.
-¿De verdad estás enamorado de la fea.... perdón de Bea?

Cayetana no esperó una respuesta. Volvió a echar un vistazo al editorial y lo miró a los ojos:
-Debes estarlo si lo que sientes por ella te hace escribir así... A ti, que te cuesta escribir hasta la dedicatoria en un regalo. A mi siempre me ponías lo mismo: "Con mis mejores deseos, Álvaro Aguilar".
-Siento no haber sido el hombre que esperabas.
-No te disculpes, Álvaro, tal vez no supe llegar a tu corazón tan bien como lo hizo ella.

Cayetana intentó cambiar el tono porque, aunque se esforzaba, le dolía tener que admitir que Álvaro empezaba a formar parte de su pasado.
-En cuanto a esto, no te prometo nada. Pero puedes confiar en que haré todo lo que pueda para que lo veas publicado.
-¡Gracias, Caye, gracias! ¡Me estás dando la vida!
-¡Sal de aquí antes de que me arrepienta, Romeo! -le dijo con una sonrisa.

Álvaro no podía creer en su suerte. Cuando entró en el despacho, pensó que Cayetana lo iba a char con cajas destempladas, sin importar lo mucho o poco que pudiera sufrir por ese amor no correspondido, pero...
Ella lo había amado una vez, tal vez aún lo amaba lo suficiente como para reconocer esos sentimientos.
Eso le daba nuevas esperanzas. Un amor de verdad no podría reemplazarse en cuestión de meses. No era posible (o al menos él se negaba a creerlo) que Bea hubiese olvidado todo lo que habían vivido de un plumazo . No, cuando él aún sentía escalofríos al recordar los besos en el despacho, su primera noche... Esa noche que cambió para siempre el rumbo de sus sentimientos.
Pero Beatriz seguía sin creer en él. Recordaba aquella conversación en el ascensor, cuando intentó en vano una vez más convencerla de que la quería con toda el alma. Que todo había empezado como un juego y que el juego se convirtió en una realidad tan grande, tan hermosa, que no pudo fingir más.
>> Sabes que estoy enamorado de ti, en el fondo de tu corazón lo sabes. Hay cosas que no se pueden fingir.
>> Yo sólo le conozco fingiendo.

Esas palabras estaban grabadas a fuego en su cabeza. Era algo de lo que no podía deshacerse por mucho que quisiera. Había mentido tanto que ahora pagaba a precio de oro cada una de aquellas mentiras. Pero, echando la vista atrás, también le prometió que no iba a perderla.
- ¡Y no lo haré! -se dijo a sí mismo para infundirse valor, mientras abría la puerta de su despacho.
-¿Qué es lo que no harás, Alvarito? -le sorprendió la voz de Diego, que estaba perfectamente acomodado en la mesa de su despacho.

Diego de la Vega era experto en hacer apariciones sorpresas. Álvaro se preguntó qué vendría buscando.