Gonzalo acompañó a Bea hasta su hotel, ya que al final ésta había ganado la partida en cuanto al alojamiento. Soltaron las maletas y bajaron a cenar al restaurante del hotel.
La cita ineludible de Gonzalo, la que no podía aplazar para escuchar los lamentos de su amigo, era justamente con Bea. Tenían que encontrar un modo fácil de contarle aquello, porque...
Ambos estaban de acuerdo que todo había sucedido muy rápido, demasiado rápido teniendo en cuenta todo lo vivido en el pasado, pero qué puedes hacer cuando se te presenta una oportunidad como esa en la vida. Tienes que aprovecharla.
No todos los días te piden que demuestres lo mucho que le importas a alguien haciendo algo que de alguna manera no sólo causara daño a otra persona, sino que te hace sentir incómodo contigo mismo.
Bea y Álvaro se habían querido mucho, eso era indudable. Y él siempre dudo que un amor así existiera, le parecía una ñoñería... Bea le había demostrado que estaba equivocado.
-¿Cómo vamos a hacerlo? -preguntó Bea.
-No "vamos a hacerlo". Yo lo haré. Yo comencé esto y seré yo quién afronte las consecuencias.
-¡¡¡Estás loco!!! ¿Quieres que Álvaro te mate?
-Tal vez esa fuese la mejor solución. Sólo he causado problemas.
-Gonzalo, no hables así, por favor.
-Es la verdad, Triz. Si yo no me hubiese metido en todo todo el tiempo, Álvaro y tú ahora estaríais juntos y yo no me encontraría...
-¡¡¡¡Ssssh!! -le silenció Bea. Puso su mano sobre la de Gonzalo, que reposaba sobre la mesa, acariciando el pie de una copa y con la vista perdida en un punto inconexo del mantel beige.
-Pero Bea...
-Gonzalo, tú y yo sabemos que si no le llegas a meter a Álvaro esa loca idea de la seducción en la cabeza, él jamás hubiese pasado más de cinco minutos a mi lado.
-Él siempre te defendió.
-Era lástima, Gonzalo, y lo sabes. ¡Mírame! -dijo, haciéndolo fijar su vista en ella.- No hay madera de top model precisamente aquí.
Soy con toda seguridad la mujer más invisible de todo este restaurante... No, corrijo, la persona más invisible.
-Sólo para los ojos que no saben verte.
-Agradezco tus palabras, pero también recuerdo otras muchas y no eran lindezas de tus conversaciones con Álvaro... Y volviendo al presente, creo que deberíamos ir juntos.
-De acuerdo. Lo haremos juntos, pero mejor no llegar juntos a Bulevar para no despertar sospechas.
-¿Y se lo contamos solo a Álvaro o lo hacemos vox populi?
-Creo que primero deberíamos arreglar todo con Álvaro. Y tener mucho cuidado con el trío La la la.
-¿Cayetana, Richard y Bárbara?
-Son peligrosos con información privilegiada.
-De acuerdo. ¿Has pensado que le vas a decir?
-Voy a tratar de poner mis ideas en claro esta misma noche... -de repente, se fija en el plato de Bea. Está intacto.- No has comido nada.
-Estoy nerviosa. Y cuando estoy nerviosa, se me cierra el estómago.
-Cómete al menos la ensalada. Tu padre me mataría si pensara que estoy descuidándote.
-Mi padre está con Carol en Valencia, visitando a mis primos Ángel y Alejandro.
-¿Tienes primos en Valencia?
-Por supuesto. Los famosos García Tous, de los García Tous de toda la vida...
-Y si sois primos, no deberías compartir al menos un apellido...
-Es una larga historia. ¿Por qué estamos hablando de esto?
-Porque necesito olvidar por un momento que mañana a estas horas Álvaro va a odiarme y con razón.
Como Bea decidió subir temprano a la habitación, Gonzalo se fue a casa. Tenía mucho que pensar.
Al llegar a casa, se sirvió una copa, se sentó en el sofá y cogió papel y lápiz. Miró el folio en blanco durante unos minutos y su mente seguía igual. En blanco.
Finalmente escribió:
Cosas que nunca te dije
Hermano, te quiero.
Eres parte de mi vida.
No hubiera podido soñar con una amistad tan perfecta como la tuya...
No, no... Eso no iba a funcionar parecía una declaración de amor sacada de las tarjetas de felicitación. Con Álvaro debía ser honesto. Sólo esperaba que pudiese perdonarlo por lo que estaba a punto de hacer. Se pasó la noche escribiendo ideas, posibles razones que hicieran que Álvaro se calmase.
Bea, por su parte, dudaba mucho de que ambos pudiesen encontrar la manera de calmar a Álvaro.
Si hace unos meses le hubieran contado lo que estaba a punto de hacer, probablemente se hubiese reído a carcajadas. Pero no era así ahora.
Santi seguía estando del lado de Álvaro, no podía entender cómo era capaz de perdonar a Gonzalo. Él la había tratado mil veces peor que Álvaro, era el artífice de todo ese endiablado plan de la empresa fantasma, el autor de la carta que estaba llamada a ser su pasaporte a prisión, el que había desconfiado de ella día sí, día también, el que la había ridiculizado y había permitido que otros la ridiculizasen sabiendo que ella tenía razón... Y en cierta forma, tenía razón. Gonzalo y ella habían sido espirítus encontrados desde el principio, dos partículas destinadas a chocar entre sí, pero... Todo eso cambió una noche. La noche en que por primera vez vio sinceridad en los ojos del publicista, la noche en que le abrió su corazón y le permitió ver más allá...
A la mañana siguiente, Gonzalo entró en Bulevar 21 con la sensación de que se encontraba en un universo paralelo. Sentada en recepción no estaba Chusa, la mujer a quien Diego de la Vega había osado insertar un bolígrafo en el canalillo, sino Bárbara Ortiz, la matahari a sueldo del mismo fúnebre personaje.
La oía protestar acompañada por la alegre musiquilla de sus pulseras y la melodiosa y acompasada voz que decía: "Bulevar 21, dígame.... Le paso."
Lo que Gonza no sabía pero si llegaba a imaginar era que el 90% de esas llamadas se perdían en mitad de ninguna parte.
-¡Gon! -exclamó.
-Ahora no, Bárbara, necesito ver a Álvaro.
-Pues ándate con ojo, porque Al acaba de discutir con Di y Caye está de los nervios porque la guarrichacha le ha rechazado un reportaje...
-Ya veo que las cosas no cambian mucho por aquí. Por cierto, Bárbara, no deberías llamar Guarrichacha a la directora de Bulevar 21. Podría escucharte y ponerte de patitas en la calle. Y ten en cuenta que cada vez estás más cerca de la puerta -dijo, señalando hacia la entrada de Bulevar.
Gonzalo se había metido en el ascensor antes de que la nueva recepcionista pudiese decir algo. Había prometido a Bea que irían juntos a hablar con Álvaro, pero aunque este nuevo Gonzalo reformado cumpliría todas y cada una de las promesas que le había hecho a Beatriz, ésta era una que debía romper.
Cuando el ascensor paró, supo que no había vuelta de hoja. Había llegado su momento.
Abrió la puerta del despacho de Álvaro y...
-¡¡¡Gonzalooooooo!!! -gritó con alegría éste. Corrió a darle un abrazo. Tal vez el último después de más de veinte años, pensó Gonzalo.
-¡Hola, Álvaro! -saludó apretando con fuerza a su hermano de sangre.
-Me vienes como caído del cielo, Gonza. Llevo un día horrible y necesito...
-Álvaro, antes de que sigas, necesito hablar contigo.
-Si son malas noticias, no me las digas. No es mi mejor día.
-Puede que lo que yo tengo que decirte lo convierta definitivamente en el peor.
-¿Tengo que sentarme o crees que resistiré de pie? -bromeó Al.
-Siéntate, mejor siéntate.
-¡¡Vaya!!! Así que, de verdad, es serio.
-Sí.
-¿Qué ha sido? ¿Has tenido un gatillazo? ¿No se te levanta el soldadito? -siguió bromeando.
-Álvaro, intento hacer esto lo menos doloroso y menos largo posible, pero no me lo pones nada fácil.
-De acuerdo. No bromeas.
Se sentó en el sofá. El mismo sofá rojo donde nacieron todas aquellas absurdas ideas de la empresa fantasma, la seducción de la secretaria,... Era irónico, o al menos a él se lo parecía, que Álvaro hubiese escogido ese sitio justo para sentarse.
-Verás, ya sabrás que he estado desaparecido unos meses.
-¡Al grano, Gonza!
-He conocido a una mujer, estoy enamorado y voy a casarme con ella -soltó de corrido y casi sin respirar.
Álvaro guardó silencio durante unos segundos y después se rió a carcajadas....
-Sabría que vendrías con una de esas salidas tuyas.
-No es una salida, Álvaro, es la realidad.
-¿Tu casado?
-Sí.
-De acuerdo. Pongamos que te sigo el juego durante un momento y te creo... ¿Quién ha sido la valiente que ha aceptado tomarte como esposo?
-Beatriz.
-¿Que Beatriz?
-Beatriz Pérez Pinzón.
-¿Mi Beatriz? ¿Mi niña Bea?
-Sí.
-Ahora sé que no es cierto. No puede ser.
-Álvaro, fui a buscarla con la intención de convencerla para que volviera contigo y...
-¡Hablas en serio!
-Sí. Te juro que mis propósitos eran otros pero...
-¡No sigas! -gritó, notando como la ira le hacía hervir la sangre.
-Algo pasó. Ella y yo...
-¡Te he dicho que no sigas!! -gritó aún más fuerte, mientras de la furia derribaba todo lo que estaba sobre la mesita.
-Álvaro, Bea y yo...
-¡No pronuncies su nombre, ¿me oyes?! -gritó empujándolo hasta que lo arrinconó contra el mueble bar. Gonzalo podía sentir como la ira se apoderaba de Álvaro. De pronto, suavizó la voz.- ¡Ni te atrevas a pronunciarlo en mi presencia!
Dejó a Gonzalo. Retrocedió unos pasos.
-Gonzalo -dijo, en un hilo de voz.- ¿Cómo has podido hacerme algo así?
-No fue a propósito.
-¡Vete de aquí! -le ordenó más que gritó.
-Álvaro, sé que en estos momentos te sientes...
-¡No tienes ni puta idea de cómo me siento! ¡Que te largues, ¿no me oyes?! -le gritó. Cogió la taza negra que aún reposaba en su escritorio y se la lanzó.
Afortunadamente, Álvaro no era precisamente famoso por su puntería, así que Gonzalo esquivó el proyectil, que fue a impactar contra la cristalera de recepción y llegó más allá de la mesa de Jimena, sobrevolando milagrosamente la cabeza de Santi.
Gonzalo decidió que había llegado el momento de retirarse. Intentaría hablar con Álvaro más adelante, cuando estuviese un poco más calmado.
Cuando Gonzalo salió del despacho, Álvaro se derrumbó en el sofá. Ocultó la cara entre sus manos y lloró desconsoladamente, como sólo lo hacen los niños, lloró sin medida ni control, lloró como jamás había llorado antes mientras repetía incansable: ¿Cómo pudiste hacerme esto? ¿Cómo pudiste hacerme esto?
sábado, 16 de junio de 2007
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