Cayetana releyó varias veces el contenido del artículo para asegurarse de que estaba realmente leyendo lo que leía.
-¿Esto es una broma, Álvaro?
-No, no es ninguna broma, Caye. Necesito que lo cueles en el próximo número.
-¿Quieres que publique un editorial en el que te declaras a tu secretaria?´-le preguntó Cayetana.- ¡Estás mal, Álvaro, muy mal!
-Caye, si algo te importo, haz esto por mí.
-Pero si publico esto, cosa que no voy a hacer porque me parece una soberana mamarrachada, todo el mundo lo sabrá.
-Ésa es la idea.
-¡No puedo hacerlo!
-¿Por qué? -casi le grita, desesperado.
-Primero, porque el número se cierra hoy mismo; segundo, porque el editorial lo escribe el director, es decir, Sonsoles; o en su defecto, la directora de contenidos, que soy yo. Y, por último, no pienso publicar semejante sarta de estupideces para calmar tu ego y encima hacerte de alcahueta con tu secretaria -le soltó de golpe y sin apenas respirar.
-La amo.
-Pero, ¿qué dices? -rió Cayetana con desgana.- Definitivamente has perdido el norte, Alvarito.
-Juro que es verdad, Caye. Cada una de las palabras que....
-No pienso seguir escuchando -Cayetana se gira para tirar el artículo a la papelera, pero él la toma por el brazo y la detiene.
-¿Recuerdas todos esos reproches que me hacías sobre tus sentimientos, sobre lo de sentirte amada, la necesidad constante de las miradas del otro, de desesperarse por una sonrisa... -Álvaro se interrumpe para comprobar si sus palabras tienen el efecto deseado.- Pues, yo siento eso...
-Por Beatriz -termina ella, echándole un último vistazo a la carpeta.
-Sí. Tú sabes lo qué es ese dolor infinito en el pecho, Caye... Lo sabes porque yo nunca te amé como te merecías.
-No sigas, Álvaro.
-Si hubieses tenido al alcance de tu mano la oportunidad de recuperar al amor de tu vida, aunque ello significase enfrentarte a todo y a todos... ¿No lo habrías hecho?
-Sí -admitió, dedicándole a Álvaro una larga mirada. Estaba bajando la guardia.- De todas formas, no veo qué diferencia hay entre tu historia y la mía. Ya la has perdido.
-Aún tengo esperanzas, Caye. Y una de ellas eres tú.
-Es irónica la vida. Para que conserves tus esperanzas, yo debo renunciar a las mías porque, cuando publique esto, tanto si acepta como si no, te habré perdido para siempre.
-¿Cuándo lo publiques? Eso quiere decir que.... -comenzó Álvaro.
Se acercó a Cayetana, la abrazó y le dio un beso en la frente
-Acabas de hacerme el hombre más feliz de la Tierra.
-Por una vez, al menos, te haré tan feliz como mereces.
-Caye... No tengo palabras.
-¿De verdad estás enamorado de la fea.... perdón de Bea?
Cayetana no esperó una respuesta. Volvió a echar un vistazo al editorial y lo miró a los ojos:
-Debes estarlo si lo que sientes por ella te hace escribir así... A ti, que te cuesta escribir hasta la dedicatoria en un regalo. A mi siempre me ponías lo mismo: "Con mis mejores deseos, Álvaro Aguilar".
-Siento no haber sido el hombre que esperabas.
-No te disculpes, Álvaro, tal vez no supe llegar a tu corazón tan bien como lo hizo ella.
Cayetana intentó cambiar el tono porque, aunque se esforzaba, le dolía tener que admitir que Álvaro empezaba a formar parte de su pasado.
-En cuanto a esto, no te prometo nada. Pero puedes confiar en que haré todo lo que pueda para que lo veas publicado.
-¡Gracias, Caye, gracias! ¡Me estás dando la vida!
-¡Sal de aquí antes de que me arrepienta, Romeo! -le dijo con una sonrisa.
Álvaro no podía creer en su suerte. Cuando entró en el despacho, pensó que Cayetana lo iba a char con cajas destempladas, sin importar lo mucho o poco que pudiera sufrir por ese amor no correspondido, pero...
Ella lo había amado una vez, tal vez aún lo amaba lo suficiente como para reconocer esos sentimientos.
Eso le daba nuevas esperanzas. Un amor de verdad no podría reemplazarse en cuestión de meses. No era posible (o al menos él se negaba a creerlo) que Bea hubiese olvidado todo lo que habían vivido de un plumazo . No, cuando él aún sentía escalofríos al recordar los besos en el despacho, su primera noche... Esa noche que cambió para siempre el rumbo de sus sentimientos.
Pero Beatriz seguía sin creer en él. Recordaba aquella conversación en el ascensor, cuando intentó en vano una vez más convencerla de que la quería con toda el alma. Que todo había empezado como un juego y que el juego se convirtió en una realidad tan grande, tan hermosa, que no pudo fingir más.
>> Sabes que estoy enamorado de ti, en el fondo de tu corazón lo sabes. Hay cosas que no se pueden fingir.
>> Yo sólo le conozco fingiendo.
Esas palabras estaban grabadas a fuego en su cabeza. Era algo de lo que no podía deshacerse por mucho que quisiera. Había mentido tanto que ahora pagaba a precio de oro cada una de aquellas mentiras. Pero, echando la vista atrás, también le prometió que no iba a perderla.
- ¡Y no lo haré! -se dijo a sí mismo para infundirse valor, mientras abría la puerta de su despacho.
-¿Qué es lo que no harás, Alvarito? -le sorprendió la voz de Diego, que estaba perfectamente acomodado en la mesa de su despacho.
Diego de la Vega era experto en hacer apariciones sorpresas. Álvaro se preguntó qué vendría buscando.
martes, 19 de junio de 2007
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