miércoles, 13 de junio de 2007

Capitulo 1: Desapariciones

Hacía meses que no tenía noticias de Gonzalo y estaba empezando a preocuparse. Su amigo de la infancia había desaparecido otras veces, tentado por los brazos de alguna rubia azafata sueca o encandilado por las curvas de una mulata brasileña, pero tarde o temprano terminaba dando señales de vida. Una llamada al móvil, una postal con algun lugar paradisiaco e incluso un simple mensaje de texto tipo “toi en paraíso, hermano. “… pero nunca el silencio. Muchas veces le había rogado a Gonzalo que lo dejase en paz, que callase un rato, pero…. Lo echaba de menos. A su amigo, su hermano, a aquella mente llena de enrevesados planes para seducir a Bea en un principio y arrebatarle Bulevar más tarde. Pero ambas cosas, la seducción y la recuperación de su empresa, habían salido mal.
Lo primero, fue un arma de doble filo con la que se acabó cortando. Bea era, es y será la única mujer que su corazón reconocerá. El ser más especial que alguien podrá encontrar a su lado, el ángel guardian que él no merecía. Ahora la había perdido para siempre. Se marchó sin decir a dónde y nada más se supo de ella ni de su padre.
Álvaro la buscó, incansable, desesperada y tenazmente. Interrogó a todos aquellos que, en algún momento u otro, tuvieron relación con Bea: Santi, las chicas del 112, Sonsoles,… Nada.
En cuanto a Bulevar, estaba claro que ninguna idea económico-financiera que saliese de la cabeza del paseador de despachos (léase, Gonzalo) iba a tener la más mínima posiblidad de éxito. Por eso, al final de todo, cuando Bea decidió marcharse, lo dejó todo en manos de quién menos sospechaba: Sonsoles Prieto, la del mocho inquieto.
Si Sonsoles sabía algo de Bea, lo guardaba muy bien. Y seguramente Álvaro sería la última persona a la que estuviese dispuesta a desvelarlo. Sorprendió a muchos con su gestión, Diego el que más. Se paseaba por las juntas con cara de pocos amigos y refunfuñando “Algun día Sonsoles Prieto, volverás al mocho y al fregar”, convirtiéndolo casi en un mantra.
-¡Ay, Dieguito, hijo! –exclamó Sonsoles al oír una vez más la cantinela.- ¡¡¡Mira que eres cansino!!!
- Sonsoles…. –llamó Álvaro, antes de que ésta alcanzase el ascensor.
- Por enésima vez, Alvaro: No, no sé donde está Bea. No, no se ha comunicado conmigo desde que se fue y no, no te lo diría aunque me regalaras tu empresa….-sonríe, irónicamente- ¡Aich, no! ¡Qué digo! Si tu empresa ya es mía….
- Eso no era necesario.
- Lo sé, Alvarito, pero si vieras lo bien que le sienta a este cuerpo –dice, a la par que recorre con su mano su propia y esbelta figura – Que es que me quedo de un a gusto que ni un orgasmo, nene.
-¡Sonsoles! –exclama Alvaro.
-Bueno, a lo mejor un orgasmo no, pero a la altura de zamparse una caja de bombones no te diría yo que no.
-¿Podemos hablar en serio un minuto?
- Me va a costar siendo tú –comienza a bromear otra vez, pero Álvaro la mira fijamente.- Está bien. A ver desembucha.
-Gonzalo.
-Fin de la conversación, Alvaro.
-No, escúchame, por favor. Necesito saber si lo has visto.
-No. Lo que sí he visto es su despacho. ¡¡¡Qué desperdicio de espacio!!! –se pone seria- No te preocupes. Seguro que el inconsciente de Gonzalo anda perdido en alguna isla del Caribe….
-Que Gonzalo nunca ha hecho esto. Marcharse así, sin avisar.
-Pues, esta vez –dice mientras le da una palmadita en el hombro- me da a mí que va a ser la primera.
Dicho eso, se marchó.
Bea en paradero desconocido. Gonzalo sin dar señales de vida. Bulevar en manos de la señora de la limpieza…
Para Beatriz la vida había cambiado mucho. Seis meses antes no hubiera creído lo que estaba a punto de hacer. Entró en la joyería con el miedo todavía metido en el cuerpo. ¿Iba a tener el valor suficiente? ¿Estaba segura? Eso fue justo lo que le preguntó su acompañante:
-¿Estás segura, Bea?
- Sí.
-Pues vamos.
Se dirigieron con paso presto hacia los cristalinos mostradores de Ibel & Cía, Alta Joyería donde les aguardaba Ruperta, la diligente dependienta.
-¿En qué puedo ayudarles? –se ofreció la amable señorita.
-Buscabamos unos anillos de compromiso –informó el apuesto acompañante.
-¿Tenían pensado algo en concreto?
-Nada recargado, por favor –sugirió Bea.
-¿Un solitario engarzado en una fina alianza de oro de primera ley de 24 kilates, quizás? –dijo mostrándoles una pieza con dichas características.
-Mis manos son pequeñas –arguyó Bea.- Creo que con eso dejaría ciega a media Europa.
-Tal vez, algo en oro blanco y sin mucho brillo… -siguió la dependienta.
-Me gusta ese Bea… Te queda bien.
-Es que…
-Bea, si es por el dinero,… Esto es algo que quiero hacer y quiero hacerlo bien.
Le lanzó una mirada a la dependienta y dijo:
-¿Podría darnos un minuto?
-Claro. Estaré por aquí si me necesitan.
-Gracias –dijo, volviendo enseguida su atención hacia el hombre que la miraba fijamente. - No te enfades por lo que voy a decir, ¿vale? Ese anillo me gusta, pero me recuerda al que él me regaló y no tengo muy buenos recuerdos de ese momento.
Bea esperó unos segundos para verlo reaccionar.
-Dí algo, por favor –pidió Bea.
-Supongo que si tratamos de partir de cero, deberíamos buscar algo diametralmente opuesto.
-Eso quiere decir exactamente que….. –dijo, intentando que le aclarara las ideas.
-Que debemos elegir algo sencillo pero bonito, tan bonito como el verde de tus ojos.
-Entonces, no estás enfadado, ¿no?
-No podría. Jamás pude -le dijo sonriendo picaronamente como solo él sabía hacerlo.
Le acarició suavemente la mejilla con el dorso de la mano. Ella lo miró y sonrió.
-Señorita –llamó.- Esta chica quiere su anillo así que... Dese prisa.
-¡¡¡Gonzalooo!!! –le riñó Bea.

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