sábado, 16 de junio de 2007

Capitulo 6: La confirmación de una mentira

Beatriz llegó a Bulevar temprano. No quería que Gonzalo se le adelantase. No había nadie en recepción, aunque sí que podía oír las voces de las chicas en la cafetería. Se acercó hasta allí y todas la recibieron con una inmensa sonrisa y cara de sorpresa.
Después vino el interrogatorio de rigor: ¿dónde has estado? ¿Qué has estado haciendo? ¿Por qué no nos llamaste?
De repente, Elena da un grito.
-¡Virgen de la Fuensanta! ¡Niña! ¿Qué es eso que brilla en tu dedo?
-¿Un anillo de compromiso? -sugiere Jimena.
-¡Tiene toda la pinta! -exclama Chusa.- Al final, Alfredo va a hacer de tí una mujer honesta...
-No es un anillo de compromiso -negó Bea.- Es un regalo.
-Sí, claro, nena -siguió Elena.- En ese dedo y de esas características, qué me estás contando.
-¡Anda, suelta un poco la lengua! Que esto está de un soso últimamente -se quejó Jimena.
-Ya os he dicho que no es nada... -A Bea la salvó la campana. O mejor dicho, Benito.
-Chicas, chicas, tenéis que subir enseguida. Hay follón en el despacho de Álvaro. Se ha vuelto loco..

Todas subieron corriendo. Se oía un estruendo horrible dentro del despacho. Cayetana quería entrar, pero Richard se lo impedía. Parecía como si lo estuvieran demoliendo. Nadie se atrevía a entrar.
-Seguro que Diego ha vuelto a hacer de las suyas -sugirió Elena.
Bea estaba preocupada. Tenía una corazonada, pero esperaba equivocarse. Ojalá Elena tuviese razón y sólo se tratase de Diego.
Al cabo de unos minutos, Gonzalo salió del despacho.
- ¡Gonzalo! -gritaron a dúo Cayetana y Bea.

El mejor amigo de Al, o a estas alturas ex-mejor amigo, se sentó en la silla de Santi a tomar un poco de aliento.
-¿Qué le has hecho a Álvaro? -le riñó Cayetana.
-Nada.
-Gonzalo, nadie se pone así por nada. ¿Qué le dijiste?
-Cayetana, estuvo bien tenerte que rendir cuentas cuando eras la novia de Álvaro, pero ahora me vas a permitir que me reserve mis cosas. Son asuntos personales que sólo nos conciernen a Álvaro y a mí.
Cayetana se marchó furiosa.
Beatriz se acercó a Gonzalo y le susurró al oído.
-Tú y yo teníamos un acuerdo.
-Lo sé, pero....
-¿Es que nadie va a entrar a parar a ese hombre? -se quejó Richard.
Beatriz fue a entrar, pero Gonzalo la agarró del brazo.
-No creo que seas la más indicada para llevar a cabo ese cometido.
-¡Te equivocas, Gonzalo! Soy la única que puede hacerlo.
-¿Estás segura? -le preguntó Gonzalo.
-Necesito hacerlo, Gonza. De verdad lo necesito.
-De acuerdo.

Beatriz entró en el despacho. Estaba destrozado. Las estanterías estaban vacías, todo estaba esparcido por el suelo, la mesa tenía la superficie resquebrajada, el mueble bar brillaba por su ausencia y el whisky de reserva había sido absorbido por la moqueta convirtiendo el líquido elemento de 200 € la botella en una simple mancha color moho. Lo único que había sobrevivido a semejante estropicio había sido el sofá de piel de color rojo, que permanecía inalterable en el mismo sitio que lo recordaba.
-¡Álvaro! -llamó Bea.

Desde el despacho de Bea, Álvaro pudo oír su voz. Estaba peor de lo que creía. Ahora podía oír su voz. Estaba volviéndose loco.
-Álvaro, soy Beatriz -repitió.

El ex-director de Bulevar 21 salió a toda prisa del despacho. ¡No era un sueño! ¡No era una alucinación! Cuando llegó a la puerta del pequeño despacho, vio a Beatriz junto al sofá rojo. Creyó que el corazón se le pararía de la emoción.
-Bea... -dijo, casi como una plegaria.- ¿eres tú?
-Sí.
Se acercó a ella y le tomó la cara entre sus manos, mirándola sin cesar, rozando levemente el brazo de ella con sus manos, como si tuviera miedo de tocarla por miedo que se desvaneciese de nuevo.
-¡Mi preciosa Bea! ¡Mi niña Bea! -la abrazó tan fuerte que casi la deja sin respiración.
-¿Estás bien, Álvaro?
-Ahora que te tengo aquí, sí -dijo, al tiempo que se soltaba de su abrazo.- Dime que te quedarás, Bea.
-Álvaro, yo...

Él no le permitió decir más. La besó. Sin calma, sin control, casi rabioso, como si con semejante arrebato la hiciese recuperar la conciencia, hacerle recordar cómo era el sabor de sus labios, pero...
No funcionó.
-¡NO! -gritó Bea, mientras lo empujaba para retirarlo.- No vuelvas a hacerlo, Álvaro. Nunca más.
-Lo siento, lo siento... -dijo Álvaro, acercándose más a ella e intentando calmar su enfado.
-No puedes tomar las cosas por la fuerza. Sé que te duele todo esto y te aseguro que haría lo que estuviese en mi mano para aliviarte el dolor,...
Quiso seguir, pero la mirada de él le dijo que había sucedido algo. Entonces, le cambió la cara a Álvaro. Acababa de recordar por qué su despacho estaba así, porque casi se encontraba al borde de la locura. ¿Gonzalo y Bea? ¿Su hermano y la mujer de su vida?
-¡Dime que no es cierto, Bea! Dime que Gonzalo sólo bromeaba.
-Vamos a sentarnos, Álvaro, será mejor -dijo, forzándolo a tomar asiento en el sofá rojo.
-Sólo necesito saber una cosa.
-Por favor, Álvaro, sólo escúchame.
-Beatriz, tu no puedes, no... sencillamente es....-coge a Bea de las manos y al juguetear con ellas, nota el anillo. Un anillo que no estaba ahí, que no formaba parte de la Bea que él conocía.
Se quedó mirándolo durante un rato. Intentó aguantar las inmensas ganas de llorar.

-Bea, tu me querías... No, me amabas. Me amabas tanto que te dolía, me amabas tanto que me hubieses seguido al fin del mundo, me prometiste estar conmigo cada segundo, cada minuto, cada hora del resto de nuestras vidas, pasase lo que pasase....
-Álvaro, el amor no son sólo aquellas palabras bonitas del cobertizo, no es solo una caricia al despertar por la mañana,... El amor es luchar por el ser al que amas con todas tus fuerzas, a pesar de todo y contra todos. Yo creí que serías capaz de hacerlo por mí como yo lo hice por tí, pero me equivoqué.
-Sé que no te demostré lo mucho que te quería cuando pude hacerlo, pero... Tenía miedo, Bea. Miedo de ponerme en ridículo por sentir lo que siento, miedo por lo que todos pudieran decir. Miedo porque, por primera vez en mucho tiempo, no controlaba la situación... Pero ahora ya no, Bea. Te amo con todo lo que soy capaz de amar. No me digas que tus ojos ya no me miraran así nunca más.
-Es demasiado tarde, Álvaro.
-Pero, Gonzalo....
-Sé que duele Álvaro, pero es Gonzalo.
-¿Puedes perdonarlo a él y a mí no?
-La diferencia entre él y tú en todo lo que pasó es que él no era el hombre al que yo amaba y en el que había puesto todas mis esperanzas e ilusiones. Él sólo era Gonzalo, el hombre que disfrutaba haciéndome chinchar, el que me llamaba mosquita muerta, el que me creía culpable de una conspiración para dominar el mundo... -dijo, viendo cómo a pesar de todo, Álvaro sonreía al recordar las hazañas de su amigo.-Sólo te pido que, en nombre de ese amor que sientes por mí, no odies a Gonzalo. Él ya se odia a si mismo lo suficiente por ello.
-No sé si podré volver a hablar con él alguna vez, pero jamás podría odiarlo. ¡Es mi hermano!

Álvaro sabía perfectamente que había perdido la partida esta vez. Y que el ganador tampoco era merecedor del premio, pero nadie manda en cuestiones de amor y... Si Bea es feliz, se dijo.
-Supongo que esto es el final -dijo Álvaro apesadumbrado.
-Supongo.
-Bea, pase lo que pase, necesito que sepas -dijo tomando su mano y observando el anillo cuya imagen representaba su infelicidad- que te amo, te amo con letras grandes y en mayúsculas, te amo como nadie puede amar a otro ser humano... Por favor, dime que me crees.
- Te creo.

Beatriz salió del despacho corriendo. Cerró la puerta tras de sí y... De la pequeña manifestación al frente del despacho de Álvaro sólo quedan Sonsoles, Richard, las del 112 y el propio Gonzalo.
-Triz, ¿estás bien? -le preguntó Gonzalo.
La cara de todos cambió al oír a Gonzalo llamar Triz a Bea. No sólo por el apelativo en sí, sino por la forma en que lo dijo, casi como una caricia....

Álvaro miró a su alrededor. Estaba más calmado, pero seguía dolido. Dolido por la traición de Gonzalo. Bea podía no creer en su amor después de todas las mentiras y engaños que le había soportado, pero Gonzalo... Gonzalo era su confidente, el único que supo en todo momento de sus sentimientos por Bea. ¿Cómo era posible que estuviese sucediendo algo así? Aún no podía creer que esto no fuese una pesadilla.
Contemplar su despacho destrozado por la furia, no lo ayudaría a mitigar el dolor. Decidió salir de allí unos segundos. Abrió la puerta de comunicación con el baño y...

No hay comentarios: