viernes, 29 de junio de 2007

Capitulo 21: El principio de una noche

Aquella noche a Gonzalo y Beatriz parecían asaltarle los mismos pensamientos. Podría sonar ridículo y tal vez no tuviese la importancia que ambos le daban, pero hubo una noche, una noche que parecía ser como cualquier otra, pero… Que cambió la forma en que se veían el uno al otro.
Fue poco después que Gonzalo la encontrase por primera vez a la puerta del bloque de oficinas donde Beatriz estaba trabajando. Había estado martirizándola, visitándola, molestándola e intentando que entendiese cómo sufría Alvaro. Pero no Bea no estaba por la labor. Así que a última hora de la tarde decidió dar un paso más y subir a su despacho. No iba a pasarse otra tarde más en la puerta para que lo rechazase a los cinco minutos. No esta vez no, se dijo.
Eran las ocho y media pasadas y ya no había prácticamente nadie en los despachos, con lo que Gonzalo pensó que era la oportunidad perfecta. Podrían hablar y ella no podría escudarse en reuniones, ni compañeros… Tendría que escucharlo. Parte de lo que estaba pasando era culpa suya, así que se sentía en cierta forma responsable. Se acercó por el pasillo y Beatriz lo vio venir.
-¿Otra vez usted, señor De Soto? –dijo, con cierto hastío.
-Sí, otra vez yo, Beatriz, y seguiré viniendo las veces que haga falta.
-No sé cómo hacerle entender que no estoy interesada en nada que tenga que decirme. Estoy harta de ver su cara día y noche rondando por aquí –le dijo, con enfado, mientras cogía el bolso y se dirigía al ascensor.
-Pues no me voy a rendir. Bea –la llamó intentando retenerla.
-¡Ni se le ocurra tocarme, ¿me oye?! O llamaré a Seguridad
-He estado en este edificio prácticamente todo el día durante las últimas dos semanas. Sé lo suficiente como para asegurar que no hay guardias ni nada que se le parezca.
-¡De verdad necesito que me deje en paz!
-Y yo necesito que me escuche.

Beatriz entró en el ascensor y Gonzalo la siguió con decisión, a pesar de que ella intentó cerrar las puertas antes de que pudiera entrar.
-¡A eso se le llama jugar sucio, Bea! –le espetó él.
-Y a lo que usted hace, se le llama acoso.

Gonzalo estaba desesperado. Miró el botón de STOP del ascensor y sintió que lo llamaba. Bea siguió su mirada y se dio cuenta de lo que se proponía.
-Ni se le ocurra pensarlo –le advirtió.
-¿De qué hablas?
-No va a tocar ese botón, Gonzalo, no va a dejarme encerrada en un ascensor otra vez y van… Tres, creo.
-Voluntariamente, sólo fue una. El resto no fue más que un accidente.
-Usted y sus accidentes me tienen…

De repente el ascensor se paró de golpe. Beatriz dirigió una mirada furibunda a Gonzalo y éste levantó las manos en señal de defensa.
-¿Qué? No he tocado nada.
-¡Señor De Soto!
-¡Que no, Beatriz, que yo no he tocado nada! ¡Mírame! Ni siquiera llego a la botonera…
-Lo digo en serio, Gonzalo, ponga en marcha este ascensor ya.
-¡Y dale! ¡Que yo no he sido, Beatriz!

Bea se acercó a la botonera y comenzó a pulsar todos los botones. Estaba nerviosa, necesitaba salir de allí y, sobre todo, necesitaba perder de vista a Gonzalo. Le dio un par de porrazos o tres a la botonera de nuevo.
-¡Oh, sí, claro! –bromeó Gonzalo.- ¡Seguro que con eso lo arreglas!
-¡Gon-za-lo! –le gritó Bea, y ese grito le sonó tan parecido a como lo llamaba Álvaro muchas veces, cuando lo sacaba de quicio, que no pudo evitar reírse.
-¿Qué? ¿Qué es tan gracioso?
-Tú, Beatriz.
-¡¡Oh, me alegra que a pesar de nuestra situación, tu tengas oportunidad de reírte de mí como siempre!! –le dijo, irónicamente.- No esperaba menos de ti.
-¿Ya me tuteas? Pensé que estaba exiliado y en el destierro de la distancia y la indiferencia.

Bea lo miró extrañada, encogió los hombros y bufó. Empezaba a cansarse de mantenerse en guardia contra Gonzalo. Era absolutamente agotador. ¡¡¡Ojalá él no lo notase!!
-Ésa es, sin duda alguna –comenzó Bea, para picarlo un poco-, la frase más larga y con menos sentido que te he escuchado.
-Es que soy un hombre parco en palabras.
-Permíteme que lo dude –le dijo con sorna.- A ver, tú eres el hombre de las grandes ideas, de los planes maquiavélicos para reírse de inocentes secretarias, pon en marcha tu maquinaria de maldad y piensa en una forma de salir de aquí y con vida, a ser posible.
-Entonces, lo de subirnos al techo y deslizarnos por los cables de acero tipo misión imposible… Lo desechamos, ¿no?
-Verás, Gonzalo, es que encontraría tremendamente molesto estamparme los sesos contra el suelo en tu compañía.
-¿Qué es lo que te molesta realmente? ¿Estamparte los sesos o estampártelos conmigo?
-¡No me tientes!
Gonzalo se quitó la chaqueta, se sentó en el suelo del ascensor y se relajó.
-¿Qué haces?
-Sentarme. Llevo toda la semana persiguiéndote y, créeme, eres agotadoramente activa.
-Ya me imagino por qué. Tu única actividad en Bulevar desde que te conozco ha sido la de Paseador de despachos.
-¡¡¡Uhm, sinceridad!!! –dijo, como si estuviera oliendo el más suave de los perfumes.- Eso me gusta, Beatriz.

Beatriz se rindió ante la evidencia. Por mucho que lo odiase, no iba a salir de aquí antes de mañana, a menos que...

No hay comentarios: